Cruzaba el hijo de la cipria diosa
solo y sin venda la floresta umbría
cuando, al pie de un rosal, vio que dormía
al blando son del mar mi Lesbia hermosa;
y al ver pasmado que su faz graciosa
los reflejos del alba repetía,
tanto se deslumbró que no sabía
si aquella era mejilla o era rosa.
Alargó el dedo el niño entre las flores
y en ambos lados le aplicó a la bella,
formando dos hoyuelos seductores.
¡Ay, que al verla reír, la dulce huella
del dedo del amor mata de amores!
¡Feliz el que su boca estampe en ella!
Juan Nicasio Gallego
La cigüeña cambia de nido.
Hace 15 años
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