Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la fortuna.
Lloraron sus envidias una a una
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas
y su epitafio la sangrienta luna.
En sus exequias encendió al Vesubio
Parténope, y Tinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio,
diole el mejor lugar Marte en su cielo;
la Mosa, el Rin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
Francisco de Quevedo
La cigüeña cambia de nido.
Hace 15 años
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