26 de enero de 2007

Monseñor Lefebvre

El 30 de junio de 1988, en el marco del Seminario Internacional de Ecône, en medio de los Alpes suizos, en el valle del Ródano, Mons. Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, consagraba obispos a cuatro de sus sacerdotes contra la expresa prohibición del Papa. En el acto participó el Obispo emérito de Campos (Brasil), Mons. Antonio de Castro Mayer. La Santa Sede no tardó en reaccionar: declaró incursos tanto al obispo consagrante como al co-consagrante, así como a los consagrados, en la excomunión automática prevista en el Código de Derecho Canónico para los que toman parte en la colación del episcopado sin mandato pontificio (can. 1382). Ya el 17 de junio precedente, el Cardenal Prefecto de la Congregación de los Obispos había dirigido a los protagonistas del acto una pública admonición, exhortándoles a no llevar a cabo las consagraciones. Pero, como se ve, no sirvió de nada.

En realidad, el acontecimiento del 30 de junio era el último y más dramático episodio de un largo tira y afloja entre Roma y Mons. Lefebvre, que se remontaba a 1975, cuando el controvertido prelado efectuó las primeras ordenaciones sacerdotales de su Fraternidad, fundada cinco años antes con la aprobación del Obispo de Lausana, Ginebra y Friburgo, Mons. François Charrière. A Mons. Lefebvre habían acudido varios estudiantes descontentos de las nuevas corrientes imperantes en los seminarios, pidiéndole su apoyo para poder realizar la carrera eclesiástica de acuerdo con los criterios tradicionales de formación. En un principio fueron por él enviados a la Universidad de Friburgo, pero después se vio la conveniencia de agruparlos en un seminario en régimen total de internado, para lo cual fue adquirida, con el dinero de benefactores que no tardaron en aparecer, la casa que los Canónigos de San Bernardo tenían en Ecône, pequeña localidad del cantón suizo del Valais, a medio camino entre Martigny y Sion. Así nació el Seminario Internacional de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. Pero, ¿quién era Mons. Lefebvre?

Marcel Lefebvre nació el 29 de noviembre de 1905 en Tourcoing en el seno de una familia acomodada del norte industrial de Francia. Al igual que uno de sus hermanos, sintió la vocación sacerdotal y, después de los estudios preceptivos, en 1929, recibió las sagradas órdenes de manos de Mons. Achille Liénart (más tarde cardenal), obispo de Lille, su diócesis. Dos años más tarde, atraído por la vida misionera, profesó en la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo. Habiéndose doctorado en Filosofía y Teología en Roma, fue destinado por sus superiores a las misiones del Gabón. Allí conoció y trató al insigne apóstol protestante de Lambarené, Albert Schweitzer, con cuyas magistrales interpretaciones de Bach al órgano más de una vez disfrutaría. En esta colonia francesa, cuya Jerarquía católica él formó y organizó, permaneció hasta 1945, año en el cual es nombrado Vicario Apostólico de Dakar en el Senegal. En 1947, es consagrado Obispo siéndole asignada la sede titular de Antedone. Al año siguiente, es preconizado Arzobispo titular de Arcadiópoli de Europa. En 1955, se convierte en el primer Arzobispo de Dakar. Con este nombramiento recibe de Pío XII, además, el de Delegado Apostólico del África Francesa. Para entonces la fama de Mons. Lefebvre como misionero se halla acrisolada.

Corren, empero, tiempos difíciles para los europeos en África. Desde fines de los cincuenta se está produciendo un poderoso movimiento de descolonización, que adquirirá tintes trágicos en Argelia. Roma, prudentemente, decide que ha llegado la hora de substituir a los jerarcas provenientes de las metrópolis con miembros del clero indígena, formado por aquéllos. Así, Mons. Lefebvre es trasladado en 1962 a la diócesis francesa de Tulle con título personal de Arzobispo, mientras es sucedido en Dakar por su más ilustre discípulo: Mons. Hyacinthe Thiandoum (que será creado Cardenal por Pablo VI precisamente en la época más difícil de las relaciones de su maestro con este Papa). Juan XXIII ha nombrado, además, a su antiguo Delegado Apostólico miembro de la Comisión Antepreparatoria del Concilio Ecuménico que está por iniciar y le hace entrar en la Corte Pontificia con la dignidad de Asistente al Solio. Mons. Lefebvre permanece sólo unos meses como Arzobispo-obispo de Tulle, siendo elegido en Roma como Superior General de su congregación.

Desde la comisión preconciliar colabora, pues, en la redacción de los esquemas que serán presentados para su discusión en el aula conciliar. En ella se distinguirá como líder del ala tradicional, junto a los Cardenales Ottaviani, Ruffini, Siri y Browne y los Monseñores de Proença Sigaud, Parente y Castro Mayer, por no citar sino los principales exponentes de la misma. Junto con ellos ha fundado el Coetus Internationalis Patrum, grupo que intenta contrarrestar la influencia progresista de la llamada Alianza Europea. Mons. Lefebvre ya en el Concilio se da a conocer como un decidido opositor de la libertad religiosa, la colegialidad episcopal, el ecumenismo y la reforma litúrgica. Acabado el Vaticano II y puestas en marcha sus reformas, siguió siendo Superior General de los Misioneros del Espíritu Santo hasta que, sintiendo su autoridad puesta en cuestión, renunció y se retiró a la vida privada. Fue en esta circunstancia cuando se presentaron a él quienes serían los pioneros de la Fraternidad de San Pío X.

Los primeros años de ésta transcurrieron más o menos tranquilos hasta que los obispos franceses decidieron poner cartas en el asunto, alarmados por el inesperado éxito del fenómeno Ecône. En efecto, mientras en el seminario de Mons. Lefebvre se multiplicaban sin cesar las vocaciones (104 seminaristas en sólo cuatro años), los seminarios diocesanos languidecían por la falta de ellas. El número de ordenaciones había bajado en picado y, en cambio, la Fraternidad de San Pío X en poco tiempo tendría ya lista una primera promoción de ordenandos. En Ecône se formaba a los alumnos en la disciplina preconciliar y se observaba la antigua Liturgia, en latín y conforme al rito llamado tridentino o de San Pío V (V. Misa tridentina). Roma fue advertida y, en marzo de 1974, Pablo VI llamó a Mons. Mamie, sucesor del Obispo Charrière, así como al Presidente de la Conferencia Episcopal Suiza Mons. Adam y al Secretario de la Sagrada Congregación para los Religiosos (que era de la que dependía la Fraternidad) para que le informaran del asunto. Al regresar de la Ciudad Eterna, Mons. Mamie se entrevistó con Mons. Lefebvre, al parecer para advertirle que la Santa Sede iba a intervenir.

En junio del mismo año, fue creada una comisión presidida por el Cardenal Garrone con el objeto de investigar el Seminario de Mons. Lefebvre. Son enviados a él para hacer una evaluación in situ el obispo belga Descamps, Secretario de la Pontificia Comisión Bíblica, y Mons. Onclin, Secretario de la Pontificia Comisión para la Reforma del Derecho Canónico. Llegados el 11 de noviembre, permanecen en Ecône unos días, a lo largo de los cuales entrevistan a superiores y seminaristas. Apenas se marchan, Mons. Lefebvre hace publicar en la Revista Itinéraires un manifiesto en el cual critica abiertamente las reformas surgidas del Concilio Vaticano II y toma partido por la Tradición. Como es de suponer, este manifiesto, que lleva fecha del 21 de noviembre de 1974, provoca una gran conmoción en el mundo católico. Muchos se escandalizan, pero otros se muestran entusiasmados por el hecho de que por fin un Obispo haya dado voz a su sentir.

Como es de suponer, la reacción de la Santa Sede no se deja esperar: Mons. Lefebvre es convocado a Roma, a principios de 1975, para comparecer ante la comisión integrada por los Cardenales Garrone, Tabera y Wright. A la reunión asisten también Mons. Mamie, el Substituto de la Secretaría de Estado, Mons. Benelli, y el P. Dhanis, jesuita, en calidad de enviado personal del Papa. El Arzobispo manifiesta su intención de cerrar su seminario y retirarse siempre que así se lo exijan, pero los cardenales no lo creen necesario. En cambio, se muestran muy severos respecto del ya famoso manifiesto del 21 de noviembre. Mons. Lefebvre, sin retractarse, reafirma su acatamiento al Romano Pontífice. Se le dan seguridades de que se obrará con la mejor voluntad, pero no se le proporciona -como se le había prometido- la copia de la entrevista, que ha sido grabada por un magnetófono. Todo parece ir por cauces tranquilos cuando el 9 de mayo Mons. Mamie retira el reconocimiento canónico a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. Se trata de un acto ilegal, puesto que, una vez que un Obispo erige canónicamente un instituto, sólo la Santa Sede puede suprimirlo (canon 493 del Código de 1917, vigente entonces). Sin embargo, Roma dará por supuesta en la práctica la validez de la supresión diocesana.

Pablo VI dirige el 10 de julio un quirógrafo a Mons. Lefebvre, en la que le insta a declarar públicamente su sumisión al Concilio Vaticano II y a las reformas postconciliares. El destinatario no contesta y recibe una segunda misiva del mismo tenor. El prelado responde, entonces, que él obedece al Papa en cuanto custodio de la Tradición. Al propio tiempo, a través del Superior General de la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, solicita una audiencia al Sumo Pontífice, la cual le es denegada.

Estamos ya en 1976 y se anuncian las primeras ordenaciones sacerdotales en Ecône. Roma ve con preocupación creciente que el asunto se le escapa de las manos. En el consistorio que tiene lugar el 24 de mayo, Pablo VI se refiere a Mons. Lefebvre con amargas palabras de condena, aunque expresa su esperanza de que finalmente no lleve a cabo las ordenaciones. En sendos comunicados de 12 y 25 de junio, el Papa prohíbe expresamente al Arzobispo que las efectúe. Todo es en vano: el día 29, festividad de los Apóstoles Pedro y Pablo, ellas tienen lugar en medio de la mayor expectación y ante fieles venidos de todas partes, que se sienten solidarios con el que ya se da en llamar el “Arzobispo rebelde”. El 1º de julio, la Santa Sede declara la suspensión de pontificales de Mons. Lefebvre durante un año, a reserva de imponerle otra sanción.Ello quiere decir que en ese tiempo no podrá celebrar solemnemente la Misa ni llevar a cabo funciones que requieran el uso de las insignias pontificales, como son la colación de órdenes y la administración de la confirmación. Asimismo, los sacerdotes por él ordenados son suspendidos en sus funciones. A mediados de julio, el prelado solicita nuevamente al Papa una audiencia, que tampoco le es concedida esta vez. El 24 del mismo mes, Roma pronuncia contra él la suspensión a divinis, la pena canónica más grave después de la excomunión.

Mons. Lefebvre responde desafiando abiertamente a la autoridad al anunciar la celebración de una misa pública según el rito de San Pío V. Ésta tiene lugar el 29 de agosto en el Palacio de los Deportes de Lille, donde ha sido montado un gran altar según las prescripciones litúrgicas tradicionales. El acto resulta multitudinario y será el punto de referencia de muchos católicos que siguen ya en todo el mundo con interés el affaire Lefebvre. Ciertamente, la cuestión de la misa tradicional ya era objeto del interés de muchos sacerdotes y fieles. Los Cardenales Ottaviani y Bacci habían dirigido a Pablo VI una valiente crítica de la nueva misa promulgada en 1969 y existía hasta una diócesis entera -la de Campos, en Brasil- donde el presbiterio en pleno, en torno a su Obispo, conservó íntegramente la Liturgia preconciliar sin ser por ello molestado. Pero fue Mons. Lefebvre quien, con su actitud, la puso dramáticamente sobre el tapete. El 11 de septiembre, fue finalmente recibido Mons. Lefebvre por Pablo VI, quien no le ahorró los más acerbos reproches. Entre los capítulos de agravios figuraba un supuesto juramento contrario al Papa que exigía a sus ordenandos el Arzobispo. Éste, estupefacto, comprendió que el Papa estaba mal informado y protestó contra la falsedad de la especie. La audiencia, a la que asistió sin decir palabra Mons. Benelli, no produjo resultados: ninguno de los interlocutores cedió un milímetro de sus respectivas posiciones.

En 1977, animados por el ejemplo del Arzobispo, un grupo de tradicionalistas tomó la Iglesia parroquial de Saint-Nicholas-du Chardonnet, en el centro de París, sin que las autoridades eclesiástica y civil pudieran hacer nada por impedirlo. Según los ocupantes, se trataba de recuperar para el culto católico un lugar benemérito ligado a la Historia de la ciudad. La verdad es que los experimentos litúrgicos habían convertido a la inmensa mayoría de los templos franceses en teatros de irreverencias cuando no de auténticas profanaciones. Ese mismo verano se tuvieron nuevas ordenaciones en Ecône y ya no ha dejado de haberlas cada año en la misma ocasión: la festividad de San Pedro y San Pablo. Con ello, según la Fraternidad de San Pío X, se ha querido siempre subrayar la fidelidad fundamental al Papa, en tanto Vicario de Cristo y custodio de la Tradición.

Pablo VI volvió a lamentar la postura integrista de Mons. Lefebvre. La verdad es que este Papa se mostró siempre particularmente riguroso con el Arzobispo, a quien no faltaban razones en sus críticas a las reformas postconciliares, que se llevaron a cabo traumáticamente en muchos casos. Se negó a recibirle cuando aún se podría haber llegado a un acuerdo, mientras, por otro lado, no tenía inconvenientes en entrevistarse con gentes de tendencias e ideologías francamente anticatólicas. Le acusaba de rebeldía cuando había otros obispos mucho más escandalosos como, por ejemplo, Mons. Méndez Arceo, Obispo de Cuernavaca (México) o los que se le opusieron en bloque al publicarse su Encíclica Humanae vitae. Quizás Mons. Lefebvre cometiera imprudencias como el manifiesto de 1974 o la homilía de la misa de Lille, pero Pablo VI no hizo nada por acercar posiciones y siempre apareció inconmovible, lo cual exasperaba a aquél, que veía derrocharse la comprensión papal en favor de otros rebeldes. No deja de ser significativa la queja del prelado por entonces: “Durante cincuenta años de vida sacerdotal y treinta de episcopado he hecho siempre lo mismo, con la diferencia de que antes recibía las felicitaciones y el estímulo de los Papas, en tanto que ahora se me trata poco menos que como un hereje. ¿Quién ha cambiado? Desde luego, yo no”.

La subida al trono de San Pedro de Juan Pablo II en 1978 trajo consigo fundadas esperanzas de reconciliación. El nuevo Pontífice multiplicó los gestos de buena voluntad, llegando en 1980 a “pedir perdón -en mi nombre y en el de todos vosotros, venerados y queridos hermanos en el episcopado- por todo lo que, por el motivo que sea y por cualquier debilidad humana, impaciencia, negligencia, , en virtud también de la aplicación a veces parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado escándalo y malestar acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida a este gran Sacramento” (cfr. Carta Dominicae Cenae, 12). El Papa Wojtyla recibió en audiencia a Mons. Lefebvre y le trató amablemente. Éste no encontró en aquél el gesto adusto de Montini, sino la mirada condescendiente de quien quiere llegar a un arreglo. De hecho, en 1984, la Congregación para el Culto Divino emanó un Decreto, por expresa voluntad del Papa, en el que se concedía a los obispos la facultad de otorgar un indulto en favor de los sacerdotes y fieles que solicitaran la Misa tridentina. Aunque las condiciones del mismo eran muy restrictivas y se insistía en que no se había de poner en cuestión la reforma litúrgica postconciliar, los círculos afectos a Ecône vieron en ello un paso adelante hacia una reconciliación con Roma.

Para entonces, la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X contaba ya con al menos cinco grandes seminarios y decenas de casas -llamadas prioratos- en los cinco continentes, así como un ejército bien nutrido de jóvenes sacerdotes. Sabiamente, Juan Pablo II no deseaba dejar perder este potencial y allanó el camino para entablar conversaciones con Mons. Lefebvre, para lo cual nombró como interlocutor en nombre de la Santa Sede al Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Al mismo tiempo, en la Curia Romana se intentaba por otros medios la reconducción de los tradicionalistas. En 1986, se creó en Roma el Seminario Internacional Mater Ecclesiae, cuyo primer núcleo lo constituían ex-seminaristas de la Fraternidad. La experiencia fracasó debido a que, en realidad, se trataba de un intento camuflado de reinserción de los mismos en la normalidad vigente. Mejor resultado dio la consulta hecha a finales de ese mismo año a una Comisión de Cardenales encargada de estudiar la aplicación del Decreto de 1984. El dictamen de los purpurados fue que las condiciones establecidas en el mismo eran demasiado restrictivas y debían ser mitigadas. Propusieron, además, unas normas claramente favorables a una amplia liberalización de la Misa tridentina.

Los encuentros entre el Cardenal Ratzinger y Mons. Lefebvre no fueron un camino de rosas. Hubo mucho forcejeo de uno y otro lado. El anciano Arzobispo veía acercarse su fin y temía dejar su obra en el desamparo, por lo cual pedía se concediera a ésta el estatus de Prelatura personal con uso exclusivo de la liturgia preconciliar y se accediera a la consagración de algunos obispos que aseguraran las ordenaciones. Roma consideraría la posibilidad de erigir la Fraternidad en Prelatura personal de rito tradicional, pero sólo estaba dispuesta a permitir un obispo. Después de laboriosas negociaciones, de marchas y contramarchas, por fin el 5 de mayo de 1988 fue extendido un protocolo de acuerdo entre las partes, que fue subscrito por el Cardenal y el prelado. Mons. Lefebvre aceptaba la consagración de un solo obispo en plazo prudente y su Fraternidad obtenía el pleno reconocimiento canónico y su exención de la jurisdicción de los ordinarios locales. El largo y accidentado affaire Lefebvre parecía así llegado a un término feliz y satisfactorio para todos. Sin embargo, sucedió lo inesperado: abruptamente, Mons. Lefebvre se retractó en público de su firma puesta al pie del protocolo y anunció que el 30 de junio siguiente consagraría cuatro Obispos. Los intentos de Roma por disuadirle de su propósito chocaron contra un muro inconmovible. Ya se ha visto el resultado final.

¿Qué fue lo que determinó este giro sorpresivo de los acontecimientos? Lo más sensato es pensar que se confabularon varios factores adversos. Mons. Lefebvre era ya un anciano, con pocas fuerzas para resistir las presiones que, sin duda, recibiría por parte de los sectores más duros de su movimiento, los cuales explotarían sus más que justificados recelos hacia la Curia Romana, de la que no había recibido siempre un trato equitativo. Quizás no fuera ajena a dichas presiones la ambición personal de alguno de los agraciados con el episcopado, que no quería dejar pasar esta oportunidad única de ceñir una mitra. Por otra parte, los obispos franceses, que siempre se mostraron poco caritativos hacia su hermano y se oponían a un arreglo de la Fraternidad con Roma, aprovecharon para echar más leña al fuego y exasperar los ánimos.

Mons. Lefebvre falleció a consecuencia de una rápida indisposición, el 25 de marzo de 1991, a los 85 años de edad. No hubo levantamiento de la excomunión por parte de Roma, pero es significativo el hecho de que ante su túmulo acudieron el Cardenal Thiandoum, el Nuncio Apostólico en Berna y el Obispo de Sion, en cuya diócesis se halla enclavado Ecône. Los tres pronunciaron sendos responsos y rociaron con agua bendita el catafalco, en lo cual se vio la señal de que, después de todo, el polémico prelado no se hallaba por completo fuera de la Iglesia. Sus restos yacen en la cripta del seminario que él levantó en medio de tantas contrariedades. Últimamente, un estudiante de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma optó el grado de doctor en Derecho Canónico sustentando una tesis en la que pone en cuestión la excomunión declarada contra Mons. Lefebvre y los miembros y seguidores de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. El trabajo mereció la aprobación del tribunal académico.

Bibliografía.-

Annuario Pontificio per l’anno 1979, Tipografia Poliglotta Vaticana (Città del Vaticano, 1979); Congar, Yves: ? Davies, Michael: Apologia pro Marcel Lefebvre (3. vol.), Dickinson (1979); Lefebvre, Mons. Marcel: Un evêque parle, Jarzé (1976); Senta Lucca, Juan: Lefebvre, el Antipapa, Sedmay Ediciones (Madrid, 1977).

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