25 de enero de 2008

El problema del mundo

Al final todo se reduce a un problema de desorden:
Lo creado por encima del Creador, el sujeto por encima de la realidad, el sentimiento por encima de la razón, la cantidad por encima de la calidad, el deseo por encima del deber, el placer por encima del deber, Es el non serviam: el no querer colocar las cosas en la jerarquía que naturalmente le corresponde. Y a eso lo podemos llamar pecado, desobediencia, subjetivismo, sentimentalismo, vitalismo, existencialismo, liberalismo, relativismo, ... pero todo tiene la misma raíz, la no aceptación de la realidad. El hombre quiere crear la realidad, la verdad, la moralidad,... y siempre se estrellará contra los hechos. No quiere estar bajo normas que no se dicte a él mismo, pero si son subjetivas es cuando no valen nada. El hombre es un ser desordenado: prefiere bienes inferiores a los superiores. Se prefiere a él mismo.

21 de enero de 2008

Quien libre está

Quien libre está, no viva descuidado,
que en un instante puede estar cautivo,
y el corazón helado y mas esquivo
tema de estar en llamas abrasado.

Con la alma del soberbio y elevado
tan áspero es Amor y vengativo,
que quién si él presume de estar vivo,
por él con muerte queda atormentado.

Amor, que a ser cautivo me condenas,
Amor, que enciendes fuegos tan mortales,
tú que mi vida afliges y maltratas:

maldigo desde ahora tus cadenas,
tus llamas y tus flechas, con las cuales
me prendes, me consumes, y me matas.

Gaspar Gil Polo

Cuando me paro a contemplar mi vida

Cuando me paro a contemplar mi vida
Y echo los ojos con mi pensamiento
A ver los lasos miembros sin aliento
Y la robusta edad enflaquecida,

Y aquella juventud rica y florida
Cual llama de candela en presto viento,
Batida con tan recio movimiento
Que a pique estuvo ya de ser perdida,

Condeno de mi vida la tibieza
Y el grande desconcierto en que he andado
Que a tal peligro puesto me tuvieron.

Y con velocidad y ligereza
Determino de huir de aqueste estado
Do mis continuas culpas me pusieron.

Fray Luis de León

En la prisión-Al salir de la cárcel

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira

de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso

con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.

Fray Luis de León

El firme amor

Miré, señora, la ideal belleza,
guiándome el amor por vagarosas
sendas de nueve cielos,
y absorto en su grandeza,
las ejemplares formas de las cosas
bajé a mirar en los humanos velos,
y en la vuestra sensible
contemplé la divina inteligible.

Y viendo que conforma
tanto el retrato a su primera forma,
amé vuestra hermosura,
imagen de su luz divina y pura,
haciendo, cuando os veo,
que pueda la razón más que el deseo.
Y pues por ella sola me gobierno,
amor, que todo es alma, será eterno.

Lope de Vega

Véante mis ojos

Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.

Vea quién quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere,
veré mil jardines,
flor de serafines;
Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego.

No quiero contento,
mi Jesús ausente,
que todo es tormento
a quien esto siente;
sólo me sustente
su amor y deseo;

Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.

Santa Teresa

Vivo sin vivir en mí

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Glosa

Aquesta divina unión
del amor con quien yo vivo,
hace a Dios ser mi cautivo
y libre mi corazón;
mas causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay que larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay que vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Y si dulce es el amor,
no lo es la esperanza larga;
vivo muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
sino esperderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle
pues a Él solo es el que quiero,
que muero porque no muero.

Estando ausente de ti,
¿que vida puedo tener,
sino muerte padecer
la mayor que nunca vi?
Lastima tengo de mí,
por ser mi mal tan entero,
que muero porque no muero.

El pez que del agua sale,
aún de alivio no carece;
a quien la muerte padece,
al fin la muerte le vale;
¿qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero?
que muero porque no muero.

Cuando me empiezo a aliviar
viéndote en el sacramento,
se me hace más sentimiento
el no poderte gozar;
todo es para pensar
por no verte como quiero
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte;
venga ya la dulce muerte,
venga el morir muy ligero,
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera
no se goza estando viva;
muerte, no me seas esquiva;
quíteme Dios esta carga,
más pesada que de acero,
que muero porque no muero.

Cuando me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
viendo que puedo perderte,
se me dobla mi dolor;
viviendo en tanto pavor
y esperando como espero
que muero porque no muero.

Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida;
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que muero por verte,
y vivir sin ti no puedo,
que muero porque no muero.

Lloraré mi muerte ya
y lamentaré mi vida,
por tanto que detenida
por mis pecados está;
¡oh mi Dios! ¿Cuándo será
cuando te diga de vero
que muero porque no muero?




Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,*
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor; 5
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero. 10

Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión 15
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros 20
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga 25
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero, 30
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza. 35
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta; 40
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero. 45

Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva; 50
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti 55
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

Santa Teresa de Ávila (1515-1582)

VI - A un devoto

Dentro de un santo templo un hombre honrado
con grave devoción rezando estaba;
sus ojos hechos fuentes enviaba
mil suspiros del pecho apasionado.

Después que por gran rato hubo besado 5
las religiosas cuentas que llevaba,
con ella el buen hombre se tocaba
los ojos, boca, sienes y costado.

Creció la devoción, y pretendiendo
besar el suelo al fin, porque creía 10
que mayor humildad en esto encierra,

lugar pide a una vieja; ella volviendo,
el «salvo honor» le muestra, y le decía:
«Besar aquí, señor, que todo es tierra».

Diego Hurtado de Mendoza

Ven, muerte, tan escondida

Ven, muerte, tan escondida
que no te sienta comigo,
porqu’el gozo de contigo
no me torne a dar la vida.

Ven como rayo que hiere,
que hasta que ha herido
no se siente su ruido
por mejor hirir do quiere.

Assí sea tu venida;
si no desde aquí me obligo
qu’el gozo que havré contigo
me dará de nuevo vida.

Comendador Escrivá

Romance de la hija del rey de Francia

De Francia partió la niña, de Francia la bien guarnida,
íbase para París, do padre y madre tenía.
Errado lleva el camino, errada lleva la guía,
arrimárase a un roble por esperar compañía.
Vio venir un caballero que a París lleva la guía.
La niña, desque lo vido, de esta suerte le decía:
—Si te place, caballero, llévesme en tu compañía.
—Pláceme, dijo, señora, pláceme, dijo, mi vida.
Apeóse del caballo por hacerle cortesía;
puso la niña en las ancas y él subiérase en la silla.
En el medio del camino de amores la requería.
La niña, desque lo oyera, díjole con osadía:
—Tate, tate, caballero, no hagáis tal villanía,
hija soy de un malato y de una malatía,
el hombre que a mi llegase malato se tornaría.
El caballero, con temor, palabra no respondía.
A la entrada de París la niña se sonreía.
—¿De qué vos reís, señora? ¿De qué vos reís, mi vida?
—Ríome del caballero y de su gran cobardía:
¡tener la niña en el campo y catarle cortesía!

Caballero, con vergüenza, estas palabras decía:
—Vuelta, vuelta, mi señora, que una cosa se me olvida.
La niña, como discreta, dijo: —Yo no volvería,
ni persona, aunque volviese, en mi cuerpo tocaría:
hija soy del rey de Francia y la reina Constantina,
el hombre que a mí llegase muy caro le costaría.

Coplas a la muerte de su padre

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo después, de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiera tiempo passado
fue mejor.

Y pues vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por passado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio,
porque todo ha de passar
por tal manera.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros, medianos
y más chicos,
i llegados son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores.
A Aquél solo me encomiendo,
Aquél solo invoco yo,
de verdad,
que en este mundo viviendo
el mundo no conosció
su deidad.

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenescemos;
assí que, cuando morimos,
descansamos.

Este mundo bueno fue
si bien usáremos dél
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos.
Y aun el hijo de Dios,
para sobirnos al cielo,
descendió
a nascer acá entre nos
y vivir en este suelo
do murió.

Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos,
las perdemos:
dellas deshaze la edad,
dellas casos desastrados
que acaescen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallescen.

Dezidme, la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color y la blancura
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerça corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud.

Pues la sangre de los godos,
el linaje y la nobleza
tan crescida,
¡por cuántas vías y modos
se sume su gran alteza
en esta vida!:
Unos, por poco valer,
por cuan baxos y abatidos
que los tienen;
otros que, por no tener,
con oficios no debidos
se mantienen.

Los estados y riqueza
que nos dexan a deshora
¿quién lo duda?
No les pidamos firmeza,
pues que son de una señora
que se muda;
que bienes son de Fortuna
que revuelve con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una,
ni estar estable ni queda
en una cosa.

Pero digo que acompañen
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por esso no nos engañen,
pues se va la vida apriessa
como sueño.
Y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de allá,
que por ellos esperamos,
eternales.

Los plazeres y dulçores
desta vida trabajada
que tenemos,
¿qué son sino corredores
y la muerte, la celada
en que caemos?
No mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.

Si fuesse en nuestro poder
tornar la cara fermosa
corporal,
como podemos hazer
el ánima gloriosa
angelical,
¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cativa,
dexándonos la señora
descompuesta!

Essos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya passadas,
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas.
Assí que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y perlados,
assí los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.

Dexemos a los troyanos,
que sus males no los vimos
ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos y leimos
sus historias.
No curemos de saber
lo de aquel siglo passado
qué fue d'ello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.

¿Qué se hizo el rey don Juan?
¿Los Infantes de Aragón,
qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué fue de tanta invención
como truxieron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?,
¿que fueron sino verduras
de las eras?
¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?

¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
que traían?
Pues el otro, su heredero,
don Enrique, !qué poderes
alcançaba!,
¡cuán blando, cuán halaguero
el mundo con sus plazeres
se le daba!
Mas veréis, ¡cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
se le mostró!;
habiéndole sido amigo,
¡cuán poco duró con él
lo que le dio!

Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos de oro,
las vaxillas tan febridas,
los enriques y reales
del tesoro,
los jaezes y caballos
de su gente, y atavíos
tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?;
¿qué fueron, sino rocíos
de los prados?
Pues su hermano, el inocente
que, en su vida, sucessor
se llamó,
¡qué corte tan excelente
tuvo y cuánto gran señor
que le siguió!

Mas, como fuesse mortal,
metióle la muerte luego
en su fragua.
¡Oh, juïzio divinal!,
cuando más ardía el fuego
echaste agua.
Pues aquel gran Condestable,
maestre que conoscimos
tan privado,
no cumple que dél se hable,
sino solo que lo vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
su mandar,

¿qué le fueron sino lloros?,
¿fuéronle sino pesares
al dexar?
Pues los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,
que a los grandes y medianos
truxeron tan sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
que tan alto fue subida
y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que, estando más encendida,
fue amatada?
Tantos duques excelentes,
tantos marqueses y condes,
y barones
como vimos tan potentes,
di, Muerte, ¿dó los escondes
y traspones?

Y las sus claras hazañas
que hizieron en las guerras
y en las pazes,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerça las atierras
y deshazes.
Las huestes innumerables,
los pendones y estandartes
y banderas,
los castillos impugnables,
los muros y baluartes
y barreras,
la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo
¿qué aprovecha?

Que si tú vienes airada,
todo lo passas de claro
con tu flecha.
Aquel, de buenos abrigo,
amado por virtuoso
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tan famoso
y tan valiente;
sus grandes hechos y claros
no cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hazer caros,
pues el mundo todo sabe
cuales fueron.

¡Qué amigo de sus amigos!
¡Qué señor para criados
y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforçados
y valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Qué benigno a los sujetos,
y a los bravos y dañosos,
un león!

En ventura, Octavïano;
Julio César, en vencer
y batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal, en el saber
y trabajar;
en la bondad, un Trajano;
Tito, en liberalidad
con alegría;
en su braço, Aurelïano;
Marco Atilio, en la verdad
que prometía.
Antonio Pío, en clemencia;
Marco Aurelio, en igualdad
del semblante;
Adrïano, en elocuencia;
Teodosio, en humanidad
y buen talante;
Aurelio Alexandre fue
en disciplina y rigor
de la guerra;
un Costantino, en la fe;
Camilo, en el gran amor
de su tierra.

No dexó grandes tesoros,
ni alcançó grandes riquezas
ni vaxillas,
mas hizo guerra a los moros
ganando sus fortalezas
y sus villas.
Y en las lides que venció,
muchos moros y caballos
se perdieron,
y en este oficio ganó
las rentas y los vasallos
que le dieron.

Pues por su honra y estado,
en otros tiempos passados,
¿cómo se hubo?:
Quedando desamparado,
con hermanos y criados
se sostuvo.
Después que hechos famosos
hizo en esta dicha guerra
que hazía,
hizo tratos tan honrosos
que le dieron aun más tierra
que tenía.

Estas sus viejas estorias
que con su braço pintó
en la joventud,
con otras nuevas victorias
agora las renovó
en la senectud.
Por su gran habilidad,
por méritos y ancianía
bien gastada,
alcançó la dignidad
de la gran caballería
de la Espada.

Y sus villas y sus tierras,
ocupadas de tiranos
las halló,
mas por cercos y por guerras,
y por fuerça de sus manos
las cobró.
Pues nuestro Rey natural,
si de las obras que obró
fue servido,
dígalo el de Portugal,
y en Castilla quien siguió
su partido.

Después de puesta la vida
tantas vezes por su ley
al tablero,
después de tan bien servida
la corona de su Rey
verdadero,
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte a llamar
a su puerta.

Diziendo: "Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
y su halago,
vuestro coraçón de azero
muestre su esfuerço famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hezistes tan poca cuenta
por la fama,
esforçad vuestra virtud
para sofrir esta afruenta
que os llama.

"No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de fama tan glorïosa
acá dexáis.
Aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera,
mas con todo es muy mejor
que la otra temporal,
perescedera.

"EI vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales.
Mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos y aflicciones
contra moros.

"Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
por las manos;
y con esta confiança,
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperança,
que esta otra vida tercera
ganaréis".

Responde el Maestre
"No gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir,
cuando Dios quiere que muera,
es locura."

Oración
"Tu, que por nuestra maldad
tomaste forma servil
y baxo nombre;
Tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como el hombre;
Tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
en tu persona;
no por mis merescimientos,
mas por tu sola clemencia,
me perdona."

Cabo
Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer,
y de hijos, y hermanos,
y criados,
dio el alma a quien gela dio,
ei cual la ponga en el cielo
en su gloria.
Y aunque la vida murió,
nos dexó harto consuelo
su memoria.

Jorge Manrique

El cántico del esclavo (fragmento)

Cautivo mísero
gimo humillado.
Ni aun tristes súplicas
puedo exhalar.

Un amo rígido
por cualquier culpa
mi sangre y lágrimas
hace brotar.

¡Maldición sobre el fiero homicida
que el primero humilló a sus iguales!
¡Maldición sobre aquellos mortales
que cual dioses pretenden mandar!

¿Quién al hombre le ha dado derecho
de vender y comprar a los hombres,
y, entregando al oprobio sus nombres,
con la infamia su frente sellar?

Amo injusto, mi espalda desnuda
tú con vara de hierro golpeas
y en mi amarga aflicción te recreas,
desoyendo mi trémula voz.

¿Corre acaso otra sangre en mis venas?
¿Soy de especie distinta y natura?
¡Es la imagen de Dios, es su hechura
la que ultrajas!, ¡oh dueño feroz!
[...]
Ved al hombre que libre se llama
cómo eleva a los cielos la frente;
cómo el digno entusiasmo que siente
se refleja en su voz varonil.

Al mirarle de cólera ardiendo
y entre envidia luchando y enojos,
me parece que insultan sus ojos
a mi estado abatido y servil.

Oigo al punto una voz que me grita:
«Eres hombre, eres libre, eres fuerte,
y a quien nunca temor dio la muerte,
nunca, nunca en cadenas gimió.

No hay ninguno que deba oprimirnos
aunque ocupe el dosel de los reyes.
Para hacernos esclavos no hay leyes;
libres Dios a los hombres creó».

Fuego volcánico
mi pecho inflama;
ya no soy tímido,
soy un león.

Dueño tiránico,
libertad dame,
o rompo, ¡oh pérfido!,
tu corazón.

Fernando Corradi

La podredumbre humana

¡Oh fosa!, en tus arcanos
que las tinieblas de la muerte enlutan
voraces los gusanos
la podredumbre humana se disputan;

y los hombres, inquieta muchedumbre
que pulula espantosa,
otros gusanos son, que en otra fosa
devoran otra horrible podredumbre.

¡Festín abominable!
Los seres a los seres devorando,
con furor insaciable,
van el suplicio eterno renovando.

Así en lucha jamás interrumpida
la muerte se alimenta de la vida,
la vida se alimenta de la muerte

y, ¡oh pavoroso arcano!,
el ser humano en polvo se convierte
y el polvo se convierte en ser humano.

Federico Balart

EL BULTO VESTIDO DE NEGRO CAPUZ (fragmento)

El beso
Levantan en medio de patio espacioso
cadalso enlutado que causa pavor:
un Cristo, dos velas, un tajo asqueroso
encima, y con ellos el ejecutor.
En torno al cadalso se ven los soldados
que fieros empuñan terrible arcabuz,
al par del verdugo, mirando asombrados
al bulto vestido del negro capuz.
—¿Qué tiemblas, muchacho, cobarde alimaña?
Bien puedes marcharte, y presto, a mi fe.
Te faltan las fuerzas, si sobra la saña.
Por Cristo bendito, que ya lo pensé.
—Diez doblas pediste, sayón mercenario;
diez doblas cabales al punto te di.
¿Pretendes ahora negarme, falsario,
la gracia que en cambio tan sólo pedí?
—Rapaz, no por cierto; creí que temblabas.
Bien presto al que odias verásle morir.
Y en esto cerrojos se escuchan y aldabas,
y puertas cerradas se sienten abrir.
Salió el comunero gallardo, contrito,
oyendo al buen fraile que hablándole va.
Enfrente el cadalso miró de hito en hito;
mas no de turbarse señales dará.
mas no de turbarse señales dará.
Encima subido, de hinojos postrado,
el mártir por todos oró con fervor.
Después sobre el tajo grosero inclinado,
«El golpe de muerte», clamó con valor.
Alzada en el aire su fiera cuchilla,
volviéndose un tanto con ira el sayón,
al triste que en vano lidió por Castilla
prepara en la muerte cruel galardón.
Mas antes que el golpe descargue tremendo,
veloz cual pelota que lanza arcabuz,
se arroja al cautivo «¡García!» diciendo,
el bulto vestido de negro capuz.
«¡Mi Blanca!», responde, y un beso, el postrero,
se dan, y en el punto la espada cayó.
Terror invencible sintió el sayón fiero
cuando ambas cabezas cortadas miró.
Patricio de la ESCOSURA

Himno al dos de mayo

de José de Espronceda


¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo! Cual las olas
del hondo mar, alboratado brama;
las esplendentes glorias españolas,
su antigua prez, su independencia aclama.

Hombres, mujeres vuelan al combate;
el volcán de sus iras estalló:
sin armas van, pero en sus pechos late
un corazón colérico español.

La frente coronada de laureles,
con el botín de la vencisa Europa,
con sangre hasta las cinchas los corceles
en cien campañas, veterana tropa,

los que el rápido Volga ensangrentaron,
los que humillaron a sus pies naciones,
sobre las pirámides pasaron
al galope veloz de sus bridones,

a eterna lucha, a desigual batalla,
Madrid provoca en su encendida ira,
su pueblo inerme allí entre la metralla
y entre los sables reluchando gira.

Graba en su frente luminosa huella
la lumbre que destella el corazón;
y a parar con sus pechos se atropella
el rayo del mortífero cañón.

¡Oh de sangre y valor glorioso día!
Mis padres cuando niño me contaron
sus hechos ¡ay! y en la memoria mía
santo recuerdo de virtud quedaron!!

"Entonces indignados, me decían,
cayó el cetro español pedazos hecho;
por precio vil a extraños nos vendían,
desde el de CARLOS profanando lecho.

La corte del monarca disoluta,
prosternada a las plantas de un privado,
sobre el seno de impura prostituta,
al trono de los reyes ensalzado.

Sobre coronas, tronos y tiaras,
su orgullo solo, y su capricho ley,
hordas, de snagre y de conquista avaras,
cada soldado un absoluto rey,

fijo en España el ojo centelleante,
el Pirene a salvar pronto el bridón,
al rey de reyes, al audaz gigante,
ciegos ensalzan, siguen en montón".

Y vosotros, ¿qué hicistéis entre tanto,
los de espíritu flaco y alta cuna?
Derramar como hembras débil llanto
o adular bajamente a la fortuna;

buscar tras la extranjera bayoneta
seguro a vuestras vidas y muralla,
y siervos viles, a la plebe inquieta,
con baja lengua apellidar canalla.

¡Canalla, sí, vosotros los traidores,
los que negáis al entusiasmo ardiente,
su gloria, y nunca vistéis los fulgores
con que ilumina la inspirada frente!

¡Canalla, sí, los que en la lid, alarde
hicieron de su infame villanía,
disfrazando su espíritu cobarde
con la sana razón segura y fría!

¡Oh! la canalla, la canalla en tanto,
arrojó el grito de venganza y guerra,
y arrebatada en su entusiasmo santo,
quebrantó las cadenas de la tierra:

Del centro de sus reyes los pedazos
del suelo ensangrentado recogía,
y un nuevo trono en sus robustos brazos
levantando a su príncipe ofrecía.

Brilla el puñal en la irritada mano,
huye el cobarde y el traidor se esconde;
truena el cañón y el grito castellano
de INDEPENDENCIA y LIBERTAD responde.

¡Héroes de mayo, levantad las frentes!
Sonó la hora y la venganza espera:
Id y hartad vuestra sed en los torrentes
de sangre de Bailén y Talavera.

Id, saludad los héroes de Gerona,
alzad con ellos el radiante vuelo,
y a los de Zaragoza alta corona
ceñid que aumente el esplendor del cielo.

Mas ¡ay! ¿por qué cuando los ojos brotan
lágrimas de entusiasmo y de alegría,
y el alma atropellados alborotan
tantos recuerdos de honra y valentía,

negra nube en el alma se levanta,
que turba y oscurece los sentidos,
fiero dolor el corazón quebrante,
y se ahoga la voz entre gemidos?

¡Oh levantad la frente carcomida,
mártires de la gloria,
que aún arde en ella y con eterna vida,
la luz de la victoria!

¡Oh levantadla del eterno sueño,
y con los huecos de los ojos fijos,
contemplad una vez con torvo ceño
la verguenza y baldón de vuestros hijos!

Quizá en vosotros, donde el fuego arde
del castellano honor, aun sobre vida
para alentar el corazón cobarde,
y abrasar esta tierra envilecida.

¡Ay! ¿Cuál fue el galardón de vuestro celo,
de tanta sangre y bárbaro quebranto,
de tan heroica lucha y tanto anhelo,
tanta virtud y sacrificio tanto?

El trono que erigió vuestra bravura,
sobre huesos de héroes cimentado,
un rey ingrato, de memoria impura,
con eterno baldón dejó manchado.

¡Ay! Para erir la libertad sagrada,
el príncipe, borrón de nuestra historia,
lamó en su auxilio la francesa espada,
que segase el laurel de vuestra gloria.

Y vuestros hijos de la muerte huyeron,
y esa sagrada tumba abandonaron,
hollarla ¡oh Dios! a los franceses vieron
y hollarla a los franceses les dejaron.

Como la mar tempestuosa ruge,
la losa al choque de los cráneos duros
tronó y se alzó con indignado empuje,
del galo audaz bajo los pies impuros.

Y aún hoy hélos allí que su semblante
con hipócrita máscara cubrieron,
y a LUIS PELIPE en muestra suplicante,
ambos brazos imbéciles tendieron.

La vil palabra ¡intervención! gritaron
y del rey mercader la reclamaban;
de vuestros timbres sin honor mofaron
mientras en su impudor se encenagaban.

Tumba vosotros sois de vuestra gloria,
de la antigua hidalguía,
del castellano honor que en la memoria
sólo nos queda hoy día.

Hoy esa raza, degradada, espuria,
pobre nación, que esclavizarte anhela,
busca también por renovar tu injuria
de extranjeros monarcas la tutela.

Verted juntando las dolientes manos
lágrimas ¡ay! que escalden la mejilla;
mares de eterno llanto, castellanos,
no bastan a borrar nuestra mancilla.

Llorad como mujeres, vuestra lengua
no osa lanzar el grito de venganza;
apáticos vivís en tanta mengua
y os cansa el brazo el peso de la lanza.

¡Oh! en el dolor inmenso que me inspira,
el pueblo entorno avergonzado calle;
y estallando las cuerdas de mi lira,
roto también, mi corazón estalle.

Espronceda

El mendigo

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

El palacio, la cabaña
Son mi asilo,
Si del ábrego el furor
Troncha el roble en la montaña,
O que inunda la campaña
El torrente asolador.

Y a la hoguera
Me hacen lado
Los pastores
Con amor,
Y sin pena
Y descuidado
De su cena
Ceno yo.
O en la rica
Chimenea,
Que recrea
Con su olor,
Me regalo
Codicioso
Del banquete
Suntüoso
Con las sobras
De un señor.

Y me digo: el viento brama,
Caiga furioso turbión;
Que al son que cruje de la seca leña,
Libre me duermo sin rencor ni amor.

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

Todos son mis bienhechores,
Y por todos
A Dios ruego con fervor;
De villanos y señores
Yo recibo los favores
Sin estima y sin amor.

Ni pregunto
Quiénes sean,
Ni me obligo
A agradecer;
Que mis rezos
Si desean,
Dar limosna
Es un deber.
Y es pecado
La riqueza,
La pobreza
Santidad;
Dios a veces
Es mendigo,
Y al avaro
Da castigo
Que le niegue
Caridad.

Yo soy pobre y se lastiman
Todos al verme plañir,
Sin ver son mías sus riquezas todas,
Que mina inagotable es el pedir.

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

Mal revuelto y andrajoso,
Entre harapos
Del lujo sátira soy,
Y con mi aspecto asqueroso
Me vengo del poderoso,
Y a donde va tras él voy.

Y a la hermosa
Que respira
Cien perfumes,
Gala, amor,
La persigo
Hasta que mira,
Y me gozo
Cuando aspira
Mi punzante
Mal olor.
Y las fiestas
Y el contento
Con mi acento
Turbo yo,
Y en la bulla
Y la alegría
Interrumpen
La armonía
Mis harapos
Y mi voz:

Mostrando cuán cerca habitan
El gozo y el padecer,
Que no hay placer sin lágrimas, ni pena
Que no transpire en el medio del placer.

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

Y para mí no hay mañana,
Ni hay ayer;
Olvido el bien como el mal,
Nada me aflige ni afana;
Me es igual para mañana
Un palacio, un hospital.

Vivo ajeno
De memorias,
De cuidados
libre estoy;
Busquen otros
Oro y glorias,
Yo no pienso
Sino en hoy.
Y do quiera
Vayan leyes,
Quiten reyes,
Reyes den;
Yo soy pobre,
Y al mendigo,
Por el miedo
Del castigo,
Todos hacen
Siempre bien.

Y un asilo donde quiera
Y un lecho en el hospital
Siempre hallaré, y un hoyo donde caiga
Mi cuerpo miserable al espirar.

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
Todos se ablandan, si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

Espronceda

El arrepentimiento

de José de Espronceda


A MI MADRE




Triste es la vida cuando piensa el alma,
triste es vivir si siente el corazón;
nunca se goza de ventura y calma
si se piensa del mundo en la ficción.

No hay que buscar del mundo los placeres,
pues que ninguno existe en realidad;
no hay que buscar amigos ni mujeres,
que es mentira el placer y la amistad.

Es inútil que busque el desgraciado
quien quiera su dolor con él partir;
sordo el mundo, le deja abandonado
sin aliviar su mísero vivir.

La virtud y el honor, sólo de nombre
existen en el mundo engañador;
un juego la virtud es para el hombre;
un fantasma, no más, es el honor.

No hay que buscar palabras de ternura,
que le presten al alma algún solaz;
no hay que pensar que dure la ventura,
que en el mundo el placer siempre es fugaz.

Esa falsa deidad que llaman gloria
es del hombre tan sólo una ilusión,
que siempre está patente en su memoria
halagando, traidora, el corazón.

Todo es mentira lo que el mundo encierra,
que el niño no conoce, por su bien;
entonces la niñez sus ojos cierra,
y un tiempo a mí me los cerró también

En aquel tiempo el maternal cariño
como un Edén el mundo me pintó;
yo lo miré como lo mira un niño,
y mejor que un Edén me pareció.

Lleno lo vi de fiestas y jardines,
donde tranquilo imaginé gozar;
oí cantar pintados colorines
y escuché de la fuente el murmurar.

Yo apresaba la blanca mariposa,
persiguiéndola ansioso en el jardín,
bien al parar en la encarnada rosa
o al posarse después en el jazmín.

Miraba al sol, sin que jamás su fuego
quemase mis pupilas ni mi tez;
que entonces lo miré con el sosiego
y con la paz que infunde la niñez

Mi vida resbalaba entre delicias
prodigadas, ¡oh madre!, por tu amor.
¡Cuántas veces, entonces, tus caricias
acallaron mi llanto y mi clamor!
¡Cuántas veces, durmiendo en tu regazo,
en pájaros y flores yo soñé!
¡Cuántas veces, entonces, tus caricias
acallaron mi llanto y mi clamor!
¡Cuántas me diste, oh madre, un tierno abrazo
porque alegre y risueño te miré!

Mis caricias pagaste con exceso,
como pagan las flores al abril;
mil besos, ¡ay!, me dabas por un beso,
por un abrazo tú me dabas mil.



Pero yo te abandoné
por seguir la juventud;
en el mundo me interné,
y al primer paso se fue
de la infancia la quietud;

que aunque tu voz me anunciaba
los escondidos abrojos
del camino que pisaba,
mi oído no te escuchaba
ni te miraban mis ojos.

¡Sí, madre! Yo no creí
que fuese cierto tu aviso;
tan hechizado lo vi,
que al principio para mi
era el mundo un paraíso.

Así viví sin temor,
disfrutando los placeres
del mundo tan seductor;
en él encontré el amor
al encontrar las mujeres.

Mis oídos las oyeron,
y mis ojos las miraron,
y ángeles me parecieron;
mis ojos, ¡ay!, me engañaron
y mis oídos mintieron.

Entre placeres y amores
fueron pasando mis años
sin recelo ni temores,
mi corazón sin engaños
y mi alma sin dolores.

Mas hoy ya mi corazón
por su bien ha conocido
de los hombres la traición
y mi alma ha descorrido
el velo de la ilusión.

Ayer vi el mundo risueño
y hoy triste lo miro ya;
para mí no es halagüeño;
mis años han sido un sueño
que disipándose va.

Por estar durmiendo ayer,
de este mundo la maldad
ni pude ni quise ver,
ni del amigo y mujer
conocí la falsedad.

Por el sueño, no miraron
mis ojos teñido un río
de sangre, que derramaron
hermanos que se mataron
llevados de un desvarío.

Por el sueño, madre mía,
del porvenir, sin temor,
ayer con loca alegría
entonaba en una orgía
cantos de placer y amor.

Por el sueño fui perjuro
con las mujeres allí;
y en lugar de tu amor puro,
amor frenético, impuro,
de impuros labios bebí.

Mi corazón fascinaste
cuando me ofreciste el bien;
pero (¡oh mundo!), me engañaste
porque en infierno trocaste
lo que yo juzgaba Edén.

Tú me mostraste unos seres
con rostros de querubines
y con nombres de mujeres,
tú me brindaste placeres
en ciudades y festines.

Tus mujeres me engañaron.
que al brindarme su cariño
en engañarme pensaron
y sin compasión jugaron
con mi corazón de niño.

En tus pueblos no hay clemencia,
la virtud no tiene abrigo;
por eso con insolencia
los ricos, en su opulencia,
encarnecen al mendigo.

Y en vez de arroyos y flores
y fuentes y ruiseñores,
se escuchan en tus jardines
los gritos y los clamores
que salen de los festines.

Por eso perdí el reposo
de mis infantiles años;
dime, mundo peligroso,
¿por qué siendo tan hermoso
contienes tantos engaños?

Heme a tus pies llorando arrepentido,
fría la frente y seco el corazón;
¡ah!, si supieras cuánto he padecido,
me tuvieras, ¡os madre!, compasión.

No te admires de hallarme en este estado,
sin luz los ojos, sin color la tez;
porque mis labios, ¡ay!, han apurado
el cáliz del dolor hasta la hez.

¡Que es veneno el amor de las mujeres
que en el mundo, gozoso, yo bebí!
Pero, a pesar de todos los placeres,
jamás pude olvidarme yo de ti.

Siempre, extasiado, recordó mi mente
aquellos días de ventura y paz
que a tu lado viví tranquilamente
ajeno de este mundo tan falaz.

Todo el amor que tiene es pasajero,
nocivo, receloso, engañador;
no hay otro, no, más puro y verdadero
que dure más que el maternal amor.

Vuelve, ¡oh madre!, a mirarme con cariño;
tus caricias y halagos tórname;
yo de ti me alejé, pero era un niño,
y el mundo me engañó, ¡perdóname!

Yo pagaré tu amor con el exceso
con que pagan las flores al abril;
mil besos te daré por sólo un beso,
por un abrazo yo te daré mil.

Dejemos que prosigan engañando
los hombres y mujeres a la par;
de nuestro amor sigamos disfrutando
en sus engaños, madre, sin pensar.

Porque es triste vivir si piensa el alma,
y mucho más si siente el corazón;
nunca se goza de ventura y calma
si se piensa del mundo en la ficción.


Espronceda

Despedida del patriota griego de la hija del apóstata

de José de Espronceda


Era la noche: en la mitad del cielo
Su luz rayaba la argentada luna,
Y otra luz más amable destellaba
De sus llorosos ojos la hermosura.

Allí en la triste soledad se hallaron
Su amante y ella con mortal angustia,
Y su voz en amarga despedida
Por vez postrera la infeliz escucha.

»Determinado está; sí, mi sentencia
Para siempre selló la suerte injusta,
Y cuando allá la eternidad sombría
Este momento en sus abismos hunda,

»¡Ojalá para siempre que el olvido,
Suavizando el rigor de la fortuna,
La imagen ¡ay! de las pasadas glorias
Bajo sus alas lóbregas encubra!

»¿Por qué al nacer crüeles me arrancaron
Del seno de mi madre moribunda,
Y salvo he sido de mortales riesgos
Para vivir penando en amargura?

»¿Por qué yo fui por mi fatal destino
Unido a ti desde la tierna cuna?
¿Por qué nos hizo iguales en riqueza
Y en linaje también mi desventura?

»¿Por qué mi infancia en inocentes juegos
Brilló contigo, y con delicia mutua
Ambos tejimos el infausto lazo
Que nuestras almas míseras anuda?

»¡Ah! para siempre adiós: vano es ahora
Acariciar memorias de ventura;
Voló ya la ilusión de la esperanza,
Y es vano amar sin esperanza alguna.

»¿Qué puede el infeliz contra el destino?
¿Qué ruegos moverán, qué desventuras
El bajo pecho de tu infame padre?
Infame, sí, que al despotismo jura

»Vil sumisión, y en sórdida avaricia
Vende su patria a las riquezas turcas.
Él apellida sacrosantas leyes
El capricho de un déspota; él nos juzga

»De rebeldes doquier: su voz comprada
Culpa a su patria y al tirano adula;
Él nos ordena ante el sultán odioso
Humilde miedo y obediencia muda.

»Mas no, que el alma de la Grecia existe;
Santo furor su corazón circunda,
Que ávido se hartará de sangre hirviente,
Que nuevo ardor le infundirá y bravura.

»No ya el tirano mandará en nosotros:
Tristes rüinas, áridas llanuras,
Cadáveres no más serán su imperio,
Será solo el señor de nuestras tumbas.

»Ya osan ser libres los armados brazos
Y ya rompen la bárbara coyunda,
y con júbilo a ti, todos ¡oh muerte!
y a ti, divina libertad, saludan.

»Gritos de triunfo, sacudido el viento
hará que al éter resonando suban,
O eterna muerte cubrirá a la Grecia
En noche infanda y soledad profunda.

»Ese altivo monarca, que embriagado
Yace en perfumes y lascivia impura,
Despechado sabrá que no hay cadena
Que la mano de un libre no destruya.

»Con rabia oirá de libertad el grito
Sonar tremendo en la obstinada lucha,
Y con miedo y horror su sed de sangre
Torrentes hartarán de sangre turca.

»Y tu padre también, si ora imprudente
So el poder del Islam su patria insulta,
Pronto verá cuan formidable espada
Blande en la lid la libertad sañuda.

»Marcha y dile por mí que hay mil valientes,
Y yo uno de ellos, que animosos juran
Morir cual héroes o romper el cetro
A cuya sombra el pérfido se escuda.

»Que aunque marcados con la vil cadena,
No han sido esclavas nuestras almas nunca,
Que el heredado ardor de nuestros padres
Las hace hervir aún: que nuestra furia

»Nos labrará, lidiando, en cada golpe
Triunfo seguro o noble sepultura.
Dile que solo en baja servidumbre
Puede vivir un alma cual la suya,

»El alma de un apóstata que indigno
Llega sus labios a la mano impura,
Que de caliente sangre reteñida,
Nuevos destrozos a su patria anuncia.

»Perdóname, infeliz, si mis palabras
Rudas ofenden tu filial ternura.
Es verdad, es verdad: tu padre un tiempo
Mi amigo se llamó, y ¡ojalá nunca

»Pasado hubieran tan dichosos días!
¡Yo no llamara injusta a la fortuna!
¡Cómo entonces mi mano enjugaría
Las lágrimas que viertes de amargura!

»Tú padre ¡oh Dios! como engañoso amigo
Cuando la Grecia la servil coyunda
Intrépida rompió, cuando mi pecho
Respiraba gozoso el aura pura

»De la alma libertad, pensó el inicuo
Seducirme tal vez con tu hermosura,
Y en premio vil me prometió tu mano
Si ser secuaz de su traición inmunda,

»Y desolar mi patria le ofrecía,
¡Esclavo yo de la insolente turba
De esclavos del sultán!!! Antes el cielo
Mis yertos miembros insepultos cubra,

»Que goce yo de ignominiosa vida
Ni en el seno feliz de tu dulzura.
¡Ah! para siempre a Dios: la infausta suerte
Que el lazo rompe que las almas junta,

»Y va a arrancar tu corazón del mío,
Tan solo ahora una esperanza endulza.
Yo te hallaré donde perpetuas dichas
Las almas de los ángeles disfrutan.

»¡Ah! para siempre adiós... tente... un momento
Un beso nada más... es de amargura...
Es el último ¡oh Dios!... mi sangre hiela...
¡Ah! los martirios del infierno nunca

»Igualaron mi pena y mi agonía.
¡Terminara muerte aquí mi angustia,
Y aun muriera feliz! Mis ojos quema
Una lágrima ¡oh Dios! y tú la enjugas.

»¡Quién resistir podrá! Basta, la hora
Se acerca ya que mi partida anuncia.
¡Ojalá para siempre que el olvido,
Suavizando el rigor de la fortuna,

»La imagen ¡ay! de las pasadas glorias
Bajo sus alas lóbregas encubra!»

Dice, y se alejan. A esperar consuelo
La hija del Apóstata en la tumba;
Él batallando pereció en las lides,
Y ella víctima fue de su amargura.

Espronceda

Canción de la muerte

de José de Espronceda


Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.


Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.


Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.


Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.


En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.


Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.


Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.


Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

Espronceda

Al sol Himno

de José de Espronceda


Para y óyeme ¡oh Sol! yo te saludo
Y estático ante ti me atrevo a hablarte;
Ardiente como tú mi fantasía,
Arrebatada en ansia de admirarte,
Intrépidas a ti sus alas guía.
¡Ojalá que mi acento poderoso,
Sublime resonando,
Del trueno pavoroso
La temerosa voz sobrepujando,
¡Oh sol!, a ti llegara
Y en medio de tu curso te parara!
¡Ah! si la llama que mi mente alumbra
Diera también su ardor a mis sentidos,
Al rayo vencedor que los deslumbra,
Los anhelantes ojos alzaría,
Y en tu semblante fúlgido atrevidos
Mirando sin cesar los fijaría.
¡Cuánto siempre te amé, sol refulgente!
¡Con qué sencillo anhelo,
Siendo niño inocente,
Seguirte ansiaba en el tendido cielo,
Y extático te vía
Y en contemplar tu luz me embebecía!

De los dorados límites de Oriente,
Que ciñe el rico en perlas Oceano,
Al término asombroso de Occidente
Las orlas de tu ardiente vestidura
Tiendes en pompa, augusto soberano,
Y el mundo bañas en tu lumbre pura.
Vívido lanzas de tu frente el día,
Y, alma y vida del mundo,
Tu disco en paz majestuoso envía
Plácido ardor fecundo,
Y te elevas triunfante,
Corona de los orbes centellante.

Tranquilo subes del cenit dorado
Al regio trono en la mitad del cielo,
De vivas llamas y esplendor ornado,
Y reprimes tu vuelo.
Y desde allí tu fúlgida carrera
Rápido precipitas,
Y tu rica encendida cabellera
En el seno del mar trémula agitas,
Y tu esplendor se oculta,
Y el ya pasado día
Con otros mil la eternidad sepulta.

¡Cuántos siglos sin fin, cuántos has visto
En su abismo insondable desplomarse!
¡Cuánta pompa, grandeza y poderío
De imperios populosos disiparse!
¿Qué fueron ante ti? Del bosque umbrío
Secas y leves hojas desprendidas,
Que en círculo se mecen,
Y al furor de Aquilón desaparecen.

Libre tú de la cólera divina,
Viste anegarse el universo entero,
Cuando las aguas por Jehová lanzadas,
Impelidas del brazo justiciero,
Y a mares por los vientos despeñadas,
Bramó la tempestad; retumbó en torno
El ronco trueno y con temblor crujieron
Los ejes de diamante de la tierra;
Montes y campos fueron
Alborotado mar, tumba del hombre.
Se estremeció el profundo;
Y entonces tú, como Señor del mundo,
Sobre la tempestad tu trono alzabas,
Vestido de tinieblas,
Y tu faz engreías,
Y a otros mundos en paz resplandecías.

Y otra vez nuevos siglos
Viste llegar, huir, desvanecerse
En remolino eterno, cual las olas
Llegan, se agolpan y huyen de Oceano,
Y tornan otra vez a sucederse;
Mientra inmutable tú, solo y radiante
¡Oh sol! siempre te elevas,
Y edades mil y mil huellas triunfante.

¿Y habrás de ser eterno, inextinguible,
Sin que nunca jamás tu inmensa hoguera
Pierda su resplandor, siempre incansable,
Audaz siguiendo tu inmortal carrera,
Hundirse las edades contemplando,
Y solo, eterno, perenal, sublime,
Monarca poderoso dominando?
No, que también la muerte,
Si de lejos te sigue,
No menos anhelante te persigue.
¿Quién sabe si tal vez pobre destello
Eres tú de otro sol que otro universo
Mayor que el nuestro un día
Con doble resplandor esclarecía!!!

Goza tu juventud y tu hermosura
¡Oh sol!, que cuando el pavoroso día
Llegue que el orbe estalle y se desprenda
De la potente mano
Del Padre Soberano,
Y allá a la eternidad también descienda,
Deshecho en mil pedazos, destrozado
Y en piélagos de fuego
Envuelto para siempre, y sepultado
De cien tormentas al horrible estruendo,
En tinieblas sin fin tu llama pura
Entonces morirá. Noche sombría
Cubrirá eterna la celeste cumbre;
Ni aun quedará reliquia de tu lumbre!!!

A una dama burlada

de José de Espronceda


Dueña de rubios cabellos,
Tan altiva,
Que creéis que basta el vellos
Para que un amante viva
Preso en ellos
El tiempo que vos queréis;
Si tanto ingenio tenéis
Que entretenéis tres galanes,
¿Cómo salieron mal hora,
Mi señora,
Tus afanes?

Pusiste gesto amoroso
Al primero;
Al segundo el rostro hermoso
Le volviste placentero,

Y con doloso
Sortilegio en tu prisión
Entró un tercer corazón;
Viste a tus pies tres galanes,
Y diste, al verlos rendidos,
Por cumplidos
Tus afanes.

¡De cuántas mañas usabas
Diligente!
Ya tu voz al viento dabas,
Ya mirabas dulcemente,
O ya hablabas
De amor, o dabas enojos;
Y en tus engañosos ojos
A un tiempo los tres galanes,
Sin saberlo tú, leían
Que mentían
Tus afanes.

Ellos de ti se burlaban;
Tú reías;
Ellos a ti te engañaban,
Y tú, mintiendo, creías
Que te amaban:
Decid, ¿quién aquí engañó?

¿Quién aquí ganó o perdió?
Sus deseos tus galanes
Al fin miraron cumplidos,
Tú, fallidos,
Tus afanes.

Espronceda

A Jarifa en una orgía

de José de Espronceda


Trae, Jarifa, trae tu mano,
Ven y pósala en mi frente,
Que en un mar de lava hirviente
Mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
Esos labios que me irritan,
Donde aún los besos palpitan
De tus amantes de ayer.

¿Qué la virtud, la pureza?
¿Qué la verdad y el cariño?
Mentida ilusión de niño
Que halagó mi juventud.
Dadme vino: en él se ahoguen
Mis recuerdos; aturdida,
Sin sentir, huya la vida;
Paz me traiga el ataúd.

El sudor mi rostro quema,
Y en ardiente sangre, rojos
Brillan inciertos mis ojos,
Se me salta el corazón.
Huye, mujer; te detesto,
Siento tu mano en la mía,
Y tu mano siento fría,
Y tus besos hielo son.

¡Siempre igual! Necias mujeres,
Inventad otras caricias,
otro mundo, otras delicias,
¡O maldito sea el placer!
Vuestros besos son mentira,
Mentira vuestra ternura,
Es fealdad vuestra hermosura,
Vuestro gozo es padecer.

Yo quiero amor, quiero gloria,
Quiero un deleite divino,
Como en mi mente imagino,
Como en el mundo no hay;
Y es la luz de aquel lucero
Que engañó mi fantasía,
Fuego fatuo, falso guía
Que errante y ciego me tray.

¿Por qué murió para el placer mi alma,
Y vive aún para el dolor impío?
¿Por qué, si yazgo en indolente calma,
Siento en lugar de paz árido hastío?

¿Por qué este inquieto abrasador deseo?
¿Por qué este sentimiento extraño y vago
Que yo mismo conozco un devaneo,
Y busco aún su seductor halago?

¿Por qué aún fingirme amores y placeres
Que cierto estoy de que serán mentira?
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres
Necio tal vez mi corazón delira,

Si luego en vez de prados y de flores
Halla desiertos áridos y abrojos,
Y en sus sandios o lúbricos amores
Fastidio sólo encontrará y enojos?

Yo me arrojé, cual rápido cometa,
En alas de mi ardiente fantasía,
Do quier mi arrebatada mente inquieta
Dichas y triunfos encontrar creía.

Yo me lancé con atrevido vuelo
Fuera del mundo en la región etérea,
Y hallé la duda, y el radiante cielo
Vi convertirse en ilusión aérea.

Luego en la tierra la virtud, la gloria
Busqué con ansia y delirante amor,
Y hediondo polvo y deleznable escoria
Mi fatigado espíritu encontró.

Mujeres vi de virginal limpieza
Entre albas nubes de celeste lumbre;
Yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.

Y encontré mi ilusión desvanecida,
Y eterno e insaciable mi deseo;
Palpé la realidad y odié la vida:
Sólo en la paz de los sepulcros creo.

Y busco aún y busco codicioso,
Y aún deleites el alma finge y quiere;
Pregunto, y un acento pavoroso
«¡Ay! -me responde-, desespera y muere.

»Muere, infeliz: la vida es un tormento,
Un engaño el placer; no hay en la tierra
Paz para ti, ni dicha, ni contento,
Sino eterna ambición y eterna guerra.

»Que así castiga Dios el alma osada,
Que aspira loca, en su delirio insano,
De la verdad para el mortal velada,
A descubrir el insondable arcano.»

¡Oh, cesa! No, yo no quiero
Ver más, ni saber ya nada;
Harta mi alma y postrada,
Sólo anhela el descansar.

En mí muera el sentimiento,
Pues ya murió mi ventura,
Ni el placer ni la tristura
Vuelvan mi pecho a turbar.

Pasad, pasad en óptica ilusoria,
Y otras jóvenes almas engañad;
Nacaradas imágenes de gloria,
Coronas de oro y de laurel, pasad.

Pasad, pasad, mujeres voluptuosas,
Con danza y algazara en confusión;
Pasad como visiones vaporosas
Sin conmover ni herir mi corazón.

Y aturdan mi revuelta fantasía
Los brindis y el estruendo del festín,
Y huya la noche y me sorprenda el día
En un letargo estúpido y sin fin.

Ven, Jarifa; tú has sufrido
Como yo; tú nunca lloras;
mas, ¡ay triste!, que no ignoras
Cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
En vano el llanto contienes...
Tú también, como yo tienes,
Desgarrado el corazón.

Espronceda

Fragmento de El estudiante de Salamanca

Segundo don Juan Tenorio,
alma fiera e insolente,
irreligioso y valiente,
altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
en los labios la ironía,
nada teme y toda fía
de su espada y su valor.

Corazón gastado, mofa
de la mujer que corteja,
y, hoy despreciándola, deja
la que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca,
ni recuerda en lo pasado
la mujer que ha abandonado,
ni el dinero que perdió.

Ni vio el fantasma entre sueños
del que mató en desafío,
ni turbó jamás su brío
recelosa previsión.
Siempre en lances y en amores,
siempre en báquicas orgías,
mezcla en palabras impías
un chiste y una maldición.

En Salamanca famoso
por su vida y buen talante,
al atrevido estudiante
le señalan entre mil;
fuero le da su osadía,
le disculpa su riqueza,
su generosa nobleza,
su hermosura varonil.

Que en su arrogancia y sus vicios,
caballeresca apostura,
agilidad y bravura
ninguno alcanza a igualar:
Que hasta en sus crímenes mismos,
en su impiedad y altiveza,
pone un sello de grandeza
don Félix de Montemar.

Espronceda

Canto II A Teresa

¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
le quedó al corazón sólo un gemido,
y el llanto que al dolor los ojos niegan
lágrimas son de hiel que el alma anegan.
¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas
de juventud, de amor y de Ventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
sus alas de carmín y nieve pura,
al son de mi esperanza desplegando,
pasaban, ¡ay!, a mí alrededor cantando.
Gorjeaban los dulces ruiseñores,
el sol iluminaba mi alegría,
el aura susurraba entre las flores,
el bosque mansamente respondía,
las fuentes murmuraban sus amores...
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡Cuán suave resonó en mi oído
el bullicio del mundo y su ruido!
Mi vida entonces, cual guerrera nave
que el puerto deja por la vez primera,
y al soplo de los céfiros suave
orgullosa despliega su bandera,
y al mar dejando que a sus pies alabe
su triunfo en roncos cantos, va, velera,
una ola tras otra, bramadora,
hollando y dividiendo vencedora.
¡Ay!, en el mar del mundo, en ansia ardiente
de amor volaba; el sol de la mañana
llevaba yo sobre mi tersa frente,
y el alma pura de su dicha ufana;
dentro de ella, el amor, cual rica fuente
que entre frescuras y arboledas mana,
brotaba entonces abundante río
de ilusiones y dulce desvarío.
Yo amaba todo: un noble sentimiento
exaltaba mi ánimo y sentía
en mi pecho un secreto movimiento,
de grandes hechos generoso gula;
la libertad, con su inmortal aliento,
santa diosa, mi espíritu encendía,
continuo imaginando en mi fe pura
sueños de gloria al mundo y de ventura.
El puñal de Catón, la adusta frente
del noble Bruto, la constancia fiera
y el arrojo de Scévola valiente,
la doctrina de Sócrates severa,
la voz atronadora y elocuente
del orador de Atenas, la bandera
contra el tirano Macedonio alzando,
y al espantado pueblo arrebatando;
el valor y la fe del caballero;
del trovador el arpa y los cantares:
del gótico castillo el altanero
antiguo torreón, do sus pesares
cantó tal vez con eco lastimero,
¡ay!, arrancada de sus patrios lares,
joven cautiva al rayo de la luna,
lamentando su ausencia y su fortuna;
el dulce anhelo del amor que aguarda,
tal vez inquieto y con mortal recelo;
la forma bella que cruzó gallarda,
allá en la noche, entre medroso velo;
la ansiada cita que en llegar se tarda
al impaciente y amoroso anhelo,
la mujer y la voz de su dulzura,
que inspira al alma celestial ternura...
A un tiempo mismo en rápida tormenta
mi alma alborotaban de continuo,
cual las olas que azota con violenta
cólera impetuoso torbellino;
soñaba el héroe ya, la plebe atenta
en mi voz escuchaba su destino;
ya el caballero, al trovador soñaba,
y de gloria y de amores suspiraba.
Hay una voz secreta, un dulce canto,
que el alma sólo, recogida, entiende,
un sentimiento misterioso y santo,
que del barro al espíritu desprende;
agreste, vago y solitario encanto
que en inefable amor el alma enciende,
volando tras la imagen peregrina
el corazón de su ilusión divina.
Yo, desterrado en extranjera playa,
con los ojos extáticos Seguía
la nave audaz que en argentada raya
volaba al puerto de la patria mía;
yo, cuando en Occidente el sol desmaya,
solo y perdido en la arboleda umbría,
oír pensaba y armonioso acento
de una mujer al suspirar del viento.
¡Una mujer! En el templado rayo
de la mágica luna se cobra,
del sol poniente al lánguido desmayo,
lejos entre las nubes se evapora;
sobre las cumbres que florece mayo,
brilla fugaz al despuntar la aurora,
cruza tal vez por entre el bosque umbrío,
juega en las aguas del sereno río.
¡Una mujer! Deslizase en el cielo,
allá en la noche desprendida estrella.
Si aroma el aire recogió en el suelo,
es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
cruza la esfera, y que su planta huella,
y en la tarde la mar olas le ofrece
de plata y de zafir, donde se mece.
Mujer que amor en su ilusión figura,
mujer que nada dice a los sentidos,
ensueño de suavísima ternura
eco que regaló nuestros oídos;
de amor la llama generosa y pura
los goces dulces del amor cumplidos
que engalana la rica fantasía,
goces que avaro el corazón ansía.
¡Ay!, aquélla mujer, tan sólo aquélla,
tanto delirio a realizar alcanza,
y esa mujer, tan cándida y tan bella,
es mentida ilusión de la esperanza;
es el alma que vívida destella
su luz al mundo cuando en él se lanza,
y el mundo con su magia y galanura,
es espejo no más de su hermosura.
Es el amor que al mismo amor adora,
el que creó las sílfides y ondinas,
la sacra ninfa que bordando mora
debajo de las aguas cristalinas;
es el amor, que, recordando, llora
las arboledas del Edén divinas;
amor de allí arrancado, allí nacido,
que busca en vano aquí su bien perdido.
¡Oh llama santa! ¡Celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡Memoria
acaso triste de un perdido cielo,
quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh, qué mujer! ¡Qué imagen ilusoria
tan pura, tan feliz, tan placentera,
brindó el amor a mi ilusión primera...!
¡Oh, Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡ah!, ¿dónde estáis, que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
no consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh!, los que no sabéis las agonías
de un corazón que penas a millares,
¡ay!, desgarraron y que ya no llora,
¡piedad tened de mi tormento ahora!
¡Oh, dichosos mil veces, si, dichosos
los que podéis llorar! y, ¡ay, sin ventura
de mí, que entre suspiros angustiosos
ahogar me siento en infernal tortura!
¡Retuércese entre nudos dolorosos
mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón, hecho pavesa,
¡ay! llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!
¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
que fuera eterno manantial de llanto
tanto inocente amor, tanta alegría,
tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
en que perdido el celestial encanto
y caída la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?
Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.
Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas;
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves, ¡ay!, como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono y de amor y de caricias.
Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas, ¡ay!, huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura;
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.
Y llegaron, en fin; ¡oh!, ¿quién, impío
¡ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas.
¿Cómo caíste despeñado al suelo,
astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
a este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
del serafín, y en ondas fulguroso
rayos al mundo tu esplendor vertía,
y otro cielo el amor te prometía.
Mas, ¡ay!, que es la mujer ángel caído
o mujer nada más y lodo inmundo,
hermoso ser para llorar nacido,
o vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido
abrasara con fuego del profundo
la primera mujer, y, ¡ay!, aquel fuego
la herencia ha sido de sus hijos luego.
Brota en el cielo del amor la fuente,
que a fecundar el universo mana,
y en la tierra su límpida corriente
sus márgenes con flores engalana;
mas, ¡ay!, huid; el corazón ardiente,
que el agua clara por beber se afana,
lágrimas verterá de duelo eterno,
que su raudal lo envenenó el infierno.
Huid, si no queréis que llegue un día
en que, enredado en retorcidos lazos
el corazón, con bárbara porfía
luchéis por arrancároslo a pedazos;
en que al cielo en histérica agonía
frenéticos alcéis entrambos brazos,
para en vuestra impotencia maldecirle
y escupiros, tal vez, al escupirle.
Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron;
las dulces esperanzas que trajeron
con sus blancos ensueños se llevaron
y el porvenir de oscuridad vistieron;
las rosas del amor se marchitaron,
las flores en abrojos convirtieron,
y de afán tanto y tan soñada gloria
sólo quedó una tumba, una memoria.
¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
un pesar tan intenso...! Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio mío;
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa
donde, vil polvo, tu beldad reposa.
¡Y tú, feliz, que hallaste en la muerte
sombra a que descansar en tu camino,
cuando llegabas, mísera, a perderte
y era llorar tu único destino,
cuando en tu frente la implacable suerte
grababa de los réprobos el sino!
Feliz, la muerte te arrancó del suelo,
y, otra vez ángel, te volviste al cielo.
Roída de recuerdos de amargura,
árido el corazón, sin ilusiones,
la delicada flor de tu hermosura
ajaron del dolor los aquilones;
sola, y envilecida, y sin ventura,
tu corazón sacaron las pasiones;
tus hijos, ¡ay!, de ti se avergonzaran,
y hasta el nombre de madre te negaran.
Los ojos escaldados de tu llanto,
tu rostro cadavérico y hundido;
único desahogo en tu quebranto,
el histérico ¡ay! de tu gemido;
¿quién, quién pudiera en infortunio tanto
envolver tu desdicha en el olvido,
disipar tu dolor y recogerte
en su seno de paz? ¡Sólo la muerte!
¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
en ti, mezquina sociedad, lanzada
a romper tus barreras turbulenta.
Nave contra las rocas quebrantada,
allá vaga, a merced de la tormenta,
en las olas tal vez náufraga tabla,
que sólo ya de sus grandezas habla.
Un recuerdo de amor que nunca muere
y está en mi corazón; un lastimero
tierno quejido que en el alma hiere,
eco suave de su amor primero;
¡ay!, de tu luz, en tanto yo viviere,
quedará un rayo en mí, blanco lucero,
que iluminaste con tu luz querida
la dorada mañana de mi vida.
Que yo, como una flor que en la mañana
abre su cáliz al naciente día,
¡ ay!, al amor abrí tu alma temprana
y exalté tu inocente fantasía,
yo inocente también, ¡oh!, cuán ufana
al porvenir mi mente sonreía,
y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo
pensé contigo remontarme al cielo!
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
en tus brazos en lánguido abandono,
de glorias y deleites rodeado
levantar para ti soñé yo un trono;
y allí, tú venturosa y yo a tu lado
vencer del mundo el implacable encono,
y en un tiempo, sin horas ni medida,
ver como un sueño resbalar la vida.
¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
áridos ni una lágrima brotaban;
cuando ya su color tus labios rojos
en cárdenos matices se cambiaban;
cuando de tu dolor tristes despojos
la vida y su ilusión te abandonaban,
y consumía lenta calentura
tu corazón al par que tu amargura;
si en tu penosa y última agonía
volviste a lo pasado el pensamiento;
si comparaste a tu existencia un día
tu triste soledad y tu aislamiento;
si arrojó a tu dolor tu fantasía
tus hijos, ¡ay!, ¿n tu postrer momento
a otra mujer tal vez acariciando,
madre tal vez a otra mujer llamando;
si el cuadro de tus breves glorias viste
pasar como fantástica quimera,
y si la voz de tu conciencia oíste
dentro de ti gritándote severa;
si, en fin, entonces tú llorar quisiste
y no brotó una lágrima siquiera
tu seco corazón, y a Dios llamaste,
y no te escuchó Dios y blasfemaste;
¡oh!, ¡cruel!, ¡muy cruel!, ¡martirio horrendo!
¡espantosa expiación de tu pecado!
¡Sobre un lecho de espinas maldiciendo,
morir, el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
presente a tu conciencia lo pasado,
buscando en vano, con los ojos fijos
y extendiendo tus brazos, a tus hijos.
¡Oh!, ¡cruel!, ¡muy cruel!... ¡Ay! Yo, entretanto,
dentro del pecho mi dolor oculto,
enjugo de mis párpados el llanto
y doy al mundo el exigido culto;
yo escondo con vergüenza mi quebranto,
mi propia pena con mi risa insulto,
y me divierto en arrancar del pecho
mi mismo corazón, pedazos hecho.
Gocemos, si; la cristalina esfera
gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
los campos pinta en la estación florida;
truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?

Canto I

Sobre una mesa de pintado pino
melancólica luz lanza un quinqué,
y un cuarto ni lujoso ni mezquino
a su reflejo pálido se ve:
suenan las doce en el reloj vecino
y el libro cierra que anhelante lee
un hombre ya caduco, y cuenta atento
del cansado reloj el golpe lento.

Carga después sobre la diestra mano
la ya rugosa y abrumada frente,
y un pensamiento fúnebre, tirano,
fija y domina, al parecer, su mente:
borrarlo intenta en su ansiedad en vano,
vuelve a leer, y en tanto que obediente
se somete su vista a su porfía,
lanzase a otra región su fantasía.

«¡Todo es mentira y vanidad, locura!»,
con sonrisa sarcástica exclamó.
Y en la silla tomando otra postura,
de golpe el libro y con desdén cerró:
lóbrega tempestad su frente obscura
en remolinos densos anubló,
y los áridos ojos quemó luego
una sangrienta lágrima de fuego.

«¡Ay, para siempre, dijo, la ufanía
pasó ya de la hermosa juventud,
la música del alma y melodía,
los sueños de entusiasmo y de virtud...!
Pasaron, ¡ay!, las horas de alegría,
y abre su seno hambriento el ataúd,
y único porvenir, sola esperanza,
la muerte a pasos de gigante avanza.»

¿Qué es el hombre? Un misterio. ¿Qué es la vida?
¡Un misterio también…! Corren los años
su rápida carrera, y, escondida,
la vejez llega envuelta en sus engaños;
vano es llorar la juventud perdida,
vano buscar remedio a nuestros daños;
un sueño es lo presente de un momento,
¡muerte es el porvenir; lo que fue, un cuento…!

Los siglos a los siglos se atropellan;
los hombres a los hombres se suceden,
en la vejez sus cálculos se estrellan,
su pompa y glorias a la muerte ceden:
la luz que sus espíritus destellan
muere en la niebla que vencer no pueden,
¡y es la historia del hombre y su locura
una estrecha y hedionda sepultura!

¡Oh, si el hombre tal vez lograr pudiera
ser para siempre joven e inmortal,
y de la vida el sol le sonriera,
eterno de la vida el manantial!
¡Oh, cómo entonces venturoso fuera;
roto un cristal, alzarse otro cristal
de ilusiones sin fin contemplaría,
claro y eterno sol de un bello día...!

Necio, dirán, tu espíritu altanero,
¿dónde te arrastra, que insensato, quiere
en un mundo infeliz, perecedero,
vivir eterno mientras todo muere?
¿Qué hay inmortal, ni aún firme y duradero?
¿Qué hay que la edad con su rigor no altere?
¿No ves que todo es humo, y polvo, y viento?
¡Loco es tu afán, inútil tu lamento!…»

Todos más de una vez hemos pensado
como el honrado viejo en este punto;
y mucho nuestros frailes han hablado,
y Séneca y Platón sobre el asunto;
yo, por no ser prolijo ni cansado
que ya impaciente a mi lector barrunto,
diré que al cabo, de pensar rendido,
tendiose el viejo y se quedó dormido.

Tal vez será debilidad humana
irse a dormir a lo mejor del cuento,
y cortado dejar para mañana
el hilo que anudaba el pensamiento:
dicen que el sueño, del olvido mana
blando licor que calma el sentimiento;
mas, ¡ay!, que a veces fijo en una idea,
bárbaro en nuestro llanto se recrea.

Quedose en su profundo sueño, y luego
una visión… -¡Visión!, frunciendo el labio,
oigo que clama, de despecho ciego,
un crítico feroz-. Perdona, ¡oh sabio!,
sabio sublime, espérate, te ruego
y yo te juro por mi honor, ¡oh Fabio…!
sino es Fabio tu nombre, en este instante
a dártelo me obliga el consonante;

juro que escribo, para darte gusto
a ti sólo y al mundo entero enojo,
un libro en que a Aristóteles me ajusto
como se ajusta la pupila al ojo:
mis reflexiones sobre el hombre justo
que sirve a su razón, nunca a su antojo,
publicaré después para que el mundo
mejor se vuelva, ¡oh, crítico profundo!

Que yo bien sé que el mundo no adelanta
un paso más en su inmortal carrera
cuando algún escritor como yo canta
lo primero que salta en su mollera;
pero no es eso lo que más me espanta,
ni lo que acaso espantará a cualquiera:
terco escribo, en mi loco desvarío,
sin ton ni son y para gusto mío.

La zozobra del alma enamorada,
la dulce vaguedad del sentimiento,
la esperanza, de nubes rodeada,
de la memoria el dolorido acento,
los sueños de la mente arrebatada,
la fábrica del mundo y su portento,
sin regla ni compás canta mi lira:
¡sólo mi ardiente corazón me inspira!

Y a la extraña visión volviendo ahora
que al triste viejo apareció en su sueño
(que, algunas veces, cuando el alma llora,
la mente en consolarme pone empeño,
y bienes y delirios atesora
que hacen más duro, al despertar, el ceño
de la suerte fatal que en esta vida
nos persigue con alma empedernida).

Es fama que soñó… y he aquí una prueba
de que nunca el espíritu reposa,
y esto otra vez a disgregar me lleva
de la historia del viejo milagrosa;
y a nadie asombre que a afirmar me atreva
que, siendo el alma la materia odiosa,
aquí, para vivir en santa calma,
o sobra la materia o sobra el alma.

Quiere aquélla el descanso, y en el lodo
nos hunde perezosa y encenaga;
ésta presume adivinarlo todo,
y en la región del infinito vaga:
flojo, torpe, a traspiés como un beodo
que con sueños su mente el vino estraga,
la materia al espíritu obedece
hasta que, yerta al fin, cede fallece.

Llaman pensar así filosofía,
y al que piensa, filósofo y ya siento
haberme dedicado a la poesía
con tan raro y profundo entendimiento.
Yo, con erudición, ¡cuánto sabría!
mas vuelta a la visión y vuelta al cuento,
aunque ahora que un sastre es esprit fort
no hay ya visión que nos inspire horror.

Más me valiera el campo lisonjero
correr de la política, y revista
pasar con tanto sabio financiero,
diplomático, ecónomo, hacendista,
estadista, filósofo, guerrero,
orador, erudito y periodista
que honran el siglo. ¡Espléndidos varones,
dicha no, pero honor de las naciones!

Y mucho más sin duda me valiera,
que no andar por el mundo componiendo,
de niño haber seguido una carrera
de más provecho y menor estruendo:
que si no sabio, periodista fuera
que es punto menos; mas, ¡dolor tremendo!,
mis estudios dejé a los quince años,
y me entregué del mundo a los engaños.

¡Oh, padres! ¡Oh, tutores! ¡Oh, maestros,
los que educáis la juventud sencilla!
Sigan senda mejor los hijos vuestros,
donde la antorcha de la ciencias brilla:
tenderos ricos, abogados diestros,
del foro y de la bolsa maravilla,
pueden ser, y si no, sean diputados
graves, serios, rabiosos, moderados.

Y si llega a ministro el tierno infante,
llanto de gozo, ¡oh, padres!, derramad
al contemplarle demandar triunfante
a las Cortes un bill de indemnidad.
-Perdón, lector, mi pensamiento errante
flota en medio a la turbia tempestad
de locas reprensibles disgresiones-.
¡Siempre juguete fui de mis pasiones!

Por la inerte materia vaga incierta
el alma en nuestra fábrica escondida,
a otra vida durmiendo nos despierta
vida inmortal, a un punto reducida.
De la esperanza la sabrosa puerta
el espíritu abre, y, la perdida
memoria renovando, allí en un punto
cuanto fue, es y será, presenta junto.

¿Será que el alma su inmortal esencia
entre sueños revela, y , desatada
del tiempo y la medida su existencia,
la eternidad formula a la espantada
mente oscura del hombre? ¡Oh, ciencia! ¡Oh, ciencia
tan grave, tan profunda y estirada!
Vergüenza ten y permanece muda.
¿Puedes tú acaso resolver mi duda?

Duerme entretanto el venerable anciano,
mientras que yo discurro sin provecho:
figuras mil en su delirio insano
fingiendo en torno a su encantado lecho.
El sueño su invencible y grave mano
posando silencioso sobre el pecho,
formas de luz y de color sombrío
arroja el huracán del desvarío.

Y como el polvo en nubes que levanta
en remolinos rápidos el viento,
formas sin forma, en confusión que espanta,
alza el sueño en su vértigo violento:
del vano reino el límite quebranta
vago escuadrón de imágenes sin cuento,
y otros mundos al viejo aparecían,
y esto los ojos de su mente vían.

En lóbrego abismo que sombras eternas
envuelven en densa tiniebla y horror,
do reina un silencio que nunca se altera,
y ahuyenta el olvido del mundo el rumor,
con lástima y pena, mirando al anciano,
vaporosa sombra de un lejano bien,
de vagos contornos confusa figura,
cual bello cadáver, se alzó una mujer,

y oyose enseguida lánguida armonía,
música suave, y luego una voz
cantó, que el oído no la percibía,
sino que tan sólo la oyó el corazón:

«Débil mortal, no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo compasiva le ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy de reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó:
Allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo;
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer;
y duerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía,
mientras el ala sombría.
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores
sin espinas ni color,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría:
mas es eterno mi amor.

En mí la ciencia enmudece,
en mí concluye la duda,
y árida, clara y desnuda
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano,
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven, y tu ardiente cabeza
entre mis brazos reposa;
tu sueño, madre amorosa,
eterno regalaré:
ven, y yace para siempre
en blanda cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Dejad que inquieten al hombre,
que loco al mundo se lanza,
mentiras de la esperanza.
Recuerdos del bien que huyó:
mentira son sus amores,
mentira son sus victorias,
y son mentira sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blando sueño
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor:
yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.»

¿Visteis la luna reflejar serena
entre las aguas de la mar sombría,
cuando se calma nuestra amarga pena,
y siente el corazón melancolía?

¿Y el mar que allá a lo lejos se dilata,
imagen de la oscura eternidad,
y el horizonte azul bañado en plata,
rico dosel que desvanece el mar?

¿Y del aura sutil que se desliza
por las aguas, oísteis el murmullo,
cuando las olas argentadas riza
con blanda queja y con doliente arrullo?

¿Y sentisteis tal vez un tierno encanto,
una voz que regala el corazón,
dulce, inefable y misterioso canto
de vago afán e incomprensible amor?

Blanda así la quimérica armonía
sonó del melancólico cantar;
vibraciones del alma y melodía
de un corazón que fatigó el pesar.

Y la amorosa y pálida figura
dos amarillos brazos extendió,
y sus lánguidos ojos de dulzura
al triste viejo con piedad volvió.

Ojos sin luz que su mirada hiela,
intima, intensa el corazón domina
en densas sombras los sentidos vela,
en mudo pasmo la razón fascina.

Coagularse su sangre el viejo siente
poco a poco en sus venas con sabroso
desmayo, y que se trueca su impaciente
afán en un letargo vaporoso.

Entorpece sus miembros y embriaga
su mente aquella mágica figura,
la breve luz de su existencia apaga
con su mirada de fatal ternura.

Sus labios besa con mortal anhelo
cariñosa la pálida visión,
y a la entrañas se desprende el hielo
de sus áridos labios sin color.

Sus ojos fijos en los muertos ojos
desvanecidos de mirar sentía,
los rayos de su luz yertos despojos
que la mirada mágica absorbía.

Por su cuerpo un deleite serpeaba,
sus nervios suavemente entumeciendo,
y el espíritu dentro resbalaba,
grato sopor y languidez sintiendo.

Ya su delgada, amarillenta mano,
sobre su pecho, a reposarla extiende,
y exánime mirándola el anciano,
yerto e inmóvil su destino atiende.

Así al viajero fatigado, cuando
el sueño los sentidos entorpece,
las fuerzas poco a poco van faltando,
y el cuerpo perezoso desfallece.

Y perdido en la áspera montaña,
sobre la nieve desplomado cae,
su juicio se devana y enmaraña,
gratas visiones su desmayo trae.

Y lenta y muellemente adormecida
la máquina mortal, lánguidamente
bostezar torpe la ondulante vida
entre los brazos de la muerte siente.

¿Será que, consumida por los años,
siente placer la vida fatigada.
en dejar de este mundo los engaños,
el término al tocar de su jornada?

¿La trabazón de la materia inerte
desatada, disuelto el cuerpo expira,
y el espíritu, cercana ya la muerte,
por la perdida libertad suspira?

Rendido en tanto el moribundo anciano,
con deleite la eterna paz espera;
su mano estrecha la aterida mano
que marca el fin de su vital carrera,
cuando a otra parte con estruendo el suelo
crujir y el muro de su estancia siente,
y ven sus ojos un inmenso cielo
desarrollarse en luz de oro candente.

Rico manto de lumbre y pedrería,
tachonado de soles a millares,
olas de aljofarada argentería
meciendo el aire en esparcidos mares.

Y un sol con otro sol que se eslabona
en torno a una deidad orlan su frente,
y los rayos de luz de su corona
en un velo la envuelven transparente.

Majestuosa, diáfana y radiante
su hermosura, en su lumbre se confunde,
agitada columna coruscante,
júbilo y vida por doquier difunde.

Eterno amor, inmarcesibles glorias,
armas, coronas de oro y de laurel,
triunfos, placeres, esplendor, victorias,
ilusiones, riquezas y poder.

Eterna vida, eterno movimiento,
los sueños de la dulce poesía,
el sonoro y quimérico concento
de la rica extasiada fantasía.

El eco blando del primer suspiro,
la dulce queja del primer amor,
la primera esperanza y el respiro,
que pura exhala la aromosa flor,

la faz hermosa de la noche en calma
y el son del melancólico laúd,
los devaneos plácidos del alma,
el sosiego y la paz de la virtud,

la santa dicha del hogar paterno,
del amigo la plática sabrosa,
del blando sueño en el regazo tierno
de la feliz, enamorada esposa,

el puro beso del alegre niño
que en torno de sus padres juguetea,
prenda de amor, emblema del cariño
en que el alma gozosa se recrea;

la fe, la religión, bálsamo suave
que vierte en el espíritu consuelo,
y de las ciencias el estudio grave
que alza la mente a la región del cielo;

la máquina del mundo y su hermosura,
que arrobado el espíritu contempla;
la augusta soledad que la amargura
tal vez del alma combatida templa;

de la pasión el goce turbulento,
siguiendo atropellado a la esperanza,
ligero tamo que arrebata el viento
y despeñado a su ilusión se lanza,

el aplauso del mundo y la tormenta,
y el afán y el horrísono vaivén,
el noble orgullo y la ambición sangrienta
del nombre avara y de esplendente prez;

del tronante cañón el estampido,
el lujo y el furor de la batalla,
del corazón el bélico latido,
que hace que hierva la abrasante malla;

el oro que famélico codicia
el hombre, y en montones lo atesora;
alimento infernal de la avaricia,
que hambre más siente cuanto más devora;

la crápula, el escándalo y mareo
de en vicios rica, estrepitosa orgía;
el pudor resistiéndose al deseo,
y mezclándose el vino en la porfía;

la sangre danza en movimiento blando,
que orna voluptuosa liviandad,
al goce, al apetito convidando
con sus mórbidas formas la beldad.

Cuanto fingió e imaginó la mente,
cuanto del hombre la ilusión alcanza,
cuanto creara la ansiedad demente,
cuanto acaricia en sueños la esperanza,
la radiante visión maravillosa
brinda con mano pródiga en montón,
y en óptica ilusoria y prodigiosa
pasar el viejo ante sus ojos vio.

Y entre aplausos, y músicas, y estruendo,
y de ella en pos la Humanidad entera,
y en torno de ella armónica volviendo
el giro eterno la argentada esfera;
suenan voces y cánticos sonoros
que el aire en ecos derramados hienden,
y ángeles mil en matizados coros
el aire rasgan y en fulgor lo encienden.

Y una voz como ráfaga de viento,
palpitando de vida y de armonía
sobre el vario, magnífico concento,
así cantando resonar se oía:

«Salve, llama creadora del mundo,
lengua ardiente de eterno saber;
puro germen, principio fecundo
que encadenas la muerte a tus pies.

Tú la inerte materia espoleas,
tú la ordenas juntarse y vivir
tú su lodo modelas y creas
miles seres de formas sin fin.

Desbarata tus obras en vano
vencedora la muerte tal vez,
de sus restos levanta tu mano
nuevas obras triunfante otra vez.

Tú la hoguera del sol alimentas,
tú revistes los cielos de azul,
tú la luna en las sombras argentas,
tú coronas la aurora de luz.

Gratos ecos el bosque sombrío
verde pompa a los árboles das,
melancólica música al río,
ronco grito a las olas del mar.

Tú el aroma en las flores exhalas,
en los valles suspiras de amor,
tú murmuras del aura en las alas,
en el Bóreas retumba tu voz.

Tú derramas el oro en la tierra
en arroyos de hirviente metal,
tú abrillantas la perla que encierra
en su abismo profundo la mar.

Tú las cárdenas nubes extiendes,
negro manto que agita Aquilón,
con tu aliento los aires enciendes,
tus rugidos infunden pavor.

Tú eres pura simiente de vida,
manantial sempiterno de bien,
luz del mismo Hacedor desprendida,
juventud y hermosura es tu ser.

Tú eres fuerza secreta que el mundo
en sus ejes impulsa a rodar,
sentimiento armonioso y profundo
de los orbes que anima tu faz.

De tus obras los siglos que vuelan
incansables artífices son,
del espíritu ardiente cincelan
y embellecen la estrecha prisión.

Tú en violento, veloz torbellino
los empujas enérgica, y van:
y adelante en tu raudo camino
a otros siglos ordenas llegar.

Y otros siglos ansiosos se lanzan,
desparecen y llegan sin fin,
y en su eterno trabajo se alcanzan,
y se arrancan sin tregua el buril.

Y afanosos sus fuerzas emplean
en tu inmenso taller sin cesar,
y en la tosca materia golpean,
y redobla el trabajo su afán.

De la vida en el hondo océano
flota el hombre en perpetuo vaivén,
y derrama abundante tu mano
la creadora semilla en su ser.

Hombre débil, levanta la frente,
por tu labio en su eterno raudal,
tú serás como el sol en Oriente,
tú serás como el mundo inmortal.»

Calló la voz, y el armonioso coro
y el estruendo y la música siguió,
y repitiendo el cántico sonoro,
turbas inmensas pasan en montón.

Sus alas lanzan luminosa estela,
como la nave en la serena mar,
y entre su viva luz la luz riela
más pura de la imagen inmortal.

Cruzando va cual fulgurante tromba
su cortejo magnífico en redor,
y el viento rompe cual lanzada bomba
sobre otros soles desprendido sol.

Atónito la faz alza el anciano,
como el que vuelve en sí en el ataúd,
con ansia, angustia y con delirio insano,
aire buscando y anhelando luz.

Que en el regazo del no ser dormido,
el alto estruendo en su estupor sintió,
el intrépido canto hirió su oído,
y súbito sus nervios sacudió.

Y el yerto brazo de la sombra fría
que vierte al corazón hielo mortal,
aparta con afán en su agonía,
volar ansiando a la gentil deidad.

Y entrambos brazos con anhelo tiende,
atento el canto animador escucha,
de la visión de muerte se desprende,
y por moverse y levantarse lucha.

Los ojos abre al resplandor inciertos,
la luz buscando que su luz excita,
sienten grato calor sus miembros muertos,
con nuevo ardor su corazón palpita.

La sangre hierve en las hinchadas venas,
siente volver los juveniles bríos,
y ahuyentan de su frente albas serenas
los pensamientos de la edad sombríos.

Y desprendidas ráfagas de lumbre
su cuerpo bañan y su sien circundan;
torrentes mil de la argentada cumbre,
vertiendo vida, en su esplendor le inundan.

Y bajando la diosa encantadora,
mecida en olas de encendido viento,
en torno de él la tropa voladora
esparce juventud y movimiento.

Y su rostro se pinta de hermosura,
viste su corazón la fortaleza,
brilla en su frente juvenil tersura,
negros rizos coronan su cabeza.

El alma en su mirar se transparenta,
mirar sereno, vívido y ardiente,
y su robusta máquina alimenta
la eterna llama que en el pecho siente.

Contra su seno la deidad le abraza,
y en su velo le envuelve y le ilumina,
y a su ruina y su destino enlaza.
El destino del mundo y su ruina.

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«Tú los siglos hollarás,
sonó la voz de la altura,
pasar los hombres verás,
del mundo la edad futura
como el mundo correrás.

El sol que hoy nace en Oriente
y que ilumina tu frente,
pasarán edades cien,
y cual hoy resplandeciente
la iluminará también.

El crudo invierno sombrío,
del pintado abril las flores,
las galas del bosque umbrío,
los rigurosos calores
de los meses del estío.

Pasarán, y contarás
hora a hora y mes a mes,
y un año y otro verás,
y un siglo y otro después,
sin que se acabe jamás;
y eternamente bogando,
y navegando continuo,
sin hallar descanso, andando
irás siempre, caminando,
sin acabar tu camino.

Y los siglos girarán
en perpetuo movimiento,
las naciones morirán,
y se escuchará tu acento
en los siglos que vendrán.

Pero si acaso algún día
lloras tal vez tu orfandad,
y al cielo clamas piedad,
y en lastimosa agonía
maldices tu eternidad,
acuérdate que tú fuiste
el que fijó tu destino,
que ser inmortal pediste,
y arrojarte al torbellino
de las edades quisiste.

Y que el mundo te dará
cuanto el mundo en sí contiene,
que tuyo el mundo será,
y ya para ti previene
cuanto ha tenido y tendrá.»

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En tanto el luciente coro
repitió luego el cantar,
y remontándose al cielo,
la luz plegándose va
entre nubes de oro y nácar
que esconden a la deidad,
y las voces en los aires
perdidas se escuchan ya.

Allá en lejana armonía
como un eco resonar:

«Y que el mundo te dará
cuanto el mundo en sí contiene,
que tuyo el mundo será,
y ya para ti previene
cuanto ha tenido y tendrá.»

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Dicha es soñar cuando despierto sueña
el corazón del hombre su esperanza,
su mente halaga la ilusión risueña,
y el bien presente al venidero alcanza.
Y tras la aérea y luminosa enseña
del entusiasmo el ánimo se lanza
bajo un cielo de luz y de colores,
campos pintando de fragantes flores.

Dicha es soñar, porque la vida es sueño,
lo que fingió tal vez la fantasía,
cuando, embriagada en lánguido beleño,
a las regiones del placer nos guía.
Dicha es soñar, y el rigoroso ceño
no ver jamás de la verdad impía.
Dicha es soñar y en el mundano ruido
vivir soñando y existir dormido.

Y un sueño a la verdad pasa la vida,
sueño al principio de dorada lumbre,
senda de flores mil, fácil subida
que a un monte lleva de lozana cumbre;
después, vereda áspera y torcida,
monte de insuperable pesadumbre,
donde, cansada de una en otra breña,
llora la vida y lo pasado sueña.

Sueños son los deleites, los amores,
la juventud, la gloria y la hermosura;
sueños las dichas son, sueños las flores,
la esperanza, el dolor, la desventura;
triunfos, caídas, bienes y rigores
el sueño son que hasta la muerte dura,
y en incierto y continuo movimiento
agita al ambicioso pensamiento.

Siento no sea nuevo lo que digo,
que el tema es viejo y la palabra rancia,
y es trillado sendero el que ahora sigo,
y caminar por él ya es arrogancia.
En la mente, lector, se abre un postigo,
sale una idea y el licor escancia
que brota el labio y que la pluma vierte,
y en palabras y frases se convierte.

Nihil novum sub sole, dijo el sabio:
Nada hay nuevo en el mundo; harto lo siento,
que, como dicen vulgarmente, rabio
yo por probar un nuevo sentimiento.
Palabras nuevas pronunciar mi labio.
renovado sentir mi pensamiento,
ansío, y girando en dulce desvarío,
ver nuevo siempre el mundo en torno mío.

Uniforme, monótono y cansado
es sin duda este mundo en que vivimos;
en Oriente de rayos coronado,
el sol que vemos hoy, ayer le vimos;
de flores vuelve a engalanarse el prado,
vuelve el Otoño pródigo en racimos,
y tras los hielos del Invierno frío,
coronado de espigas el Estío.

¿Y no habré yo de repetirme a veces,
decir también lo que otros ya dijeron,
a mí, a quien quedan ya sólo las heces
del rico manantial en que bebieron?
¿Qué habré yo de decir que ya con creces
no hayan dicho tal vez los que murieron:
Byron y Calderón, Shakespeare, Cervantes
y tantos otros que vivieron antes?

¿Y aun asimismo acertaré a decirlo?
¿Saldré de tanto enredo en que me he puesto?
Ya que en mi cuento entré, ¿podré seguirlo
y el término tocar que me he propuesto?
Y aunque en mi empeño logre concluirlo,
¿a ti no te será nunca molesto,
¡oh, caro comprador!, que con zozobra
imploro en mi favor, comprara mi obra?

Nada menos te ofrezco que un poema
con lances raros y revuelto asunto,
de nuestro mundo y sociedad emblema,
que hemos de recorrer punto por punto:
Si logro yo desenvolver mi tema,
fiel traslado ha de ser, cierto trasunto
de la vida del hombre y la quimera
tras de que va la Humanidad entera.

Batallas, tempestades, amoríos
por mar y tierra, lances, descripciones
de campos y ciudades, desafíos,
y el desastre y furor de las pasiones,
goces, dichas, aciertos, desvaríos,
con algunas morales reflexiones
acerca de la vida y de la muerte,
de mi propia cosecha que es mi fuerte.

En varias formas, con diverso estilo,
en diferentes géneros, calzando
ora el coturno trágico de Esquilo,
ora la trompa épica sonando,
ora cantando plácido y tranquilo
ora en trivial lenguaje, ora burlando,
conforme esté mi humor, porque a él me ajusto
y allá van versos donde va mi gusto.

Verás, lector, a nuestro humilde anciano,
que inmortal de su lecho se levanta,
lanzarse al mundo de su dicha ufano,
rico de la esperanza que le encanta.
Verás luego también...; pero ¿a qué en vano
me canso en ofrecerte empresa tanta,
si hasta que el uno al otro nos cansemos
tú y yo en compañía caminando iremos?

Más vale prometerte poco ahora
y algo después cumplirte, lector mío,
no empiece yo con voz atronadora
y luego acabe desmayado y frío;
no una altiva columna vencedora,
que jamás rinda con su planta, impío
el tiempo destructor, alzar intento;
yo con pasar mi tiempo me contento.

No es dado a todos alcanzar la gloria
de alzar un monumento suntuoso
que eternice a los siglos la memoria
de algún hecho pasado grandioso:
Quédele tanto al que escribió la historia
de nuestro pueblo, al escritor lujoso,
al conde que del público tesoro
se alzó a sí mismo un monumento de oro.

Al que supo, erigiendo un monumento
(que tal le llama en su modestia suma),
premio dar a su gran merecimiento
y en pluma de oro convertir su pluma,
al ilustre asturiano, al gran talento,
flor de la historia y de la hacienda espuma,
al necio audaz de corazón de cieno
a quien llaman el Conde de Toreno.

¡Oh, gloria! ¡Oh, gloria! ¡Lisonjero engaño,
que a tanta gente honrada precipitas!
Tú al mercader pacífico en extraño
guerrero truecas y a lidiar lo excitas;
su rostro vuelves bigotudo, huraño;
con entusiasmo militar le agitas,
y haces que sea su mirada horrenda
susto de su familia y de su tienda.

Tú, al que otros tiempos acertaba apenas
a escribir con fatigas una carta,
animas a dictar páginas llenas
de verso y prosa en abundante sarta;
político profundo en sus faenas,
folletos traza, artículos ensarta,
suda y trabaja, y en marchar se emplea
resmas para envolver alcaravea.

Otros, ¡oh gloria!, sin aliento vagan
solícitos huyendo acá y allá,
suponen clubs y con recelo indagan
cuándo el Gobierno a aprisionarlos va:
A estos, si los destierran, los halagan;
nadie en ellos pensó ni pensará,
y andan ocultos y mudando trajes,
creyéndose terribles personajes.

Estos, por lo común, son buena gente,
son a los que llamamos infelices,
hombres todo entusiasmo y poca mente,
que no ven más allá de sus narices;
raza que el pecho denodado siente
antes que, ¡oh fiero mandarín!, atices
uno de tus legales ramalazos,
que les dobla ante el rey los espinazos.

Otros te siguen, engañosa gloria,
que allá en sus pueblos son pozos de ciencia
que, creyéndose dignos de la historia,
varones de gobierno y experiencia,
ansiosos de alcanzar alta memoria
y abusos corregir con su elocuencia,
Diputados al fin se hacen nombrar,
tontos de buena fe para callar.

Éstos viven después desesperados,
del ministro además desatendidos,
en el mundo político ignorados
y del pueblo también desconocidos;
andan en la cuestión extraviados,
siempre sin tino, torpes los sentidos,
dando a saber con pruebas tan acerbas
que pierden fuerzas en mudando yerbas.

A todos, gloria, tu pendón nos guía,
y a todos nos excita tu deseo:
apellidarse socio, ¿quién no ansía
y en las listas estar del Ateneo?
¿Y quién, aficionado a la poesía,
no asiste a las reuniones del Liceo,
do la luz brilla dividida en partes
de tanto profesor de Bellas Artes?

Es cierto que allí van también profanos
en busca de las lindas profesoras,
hombres sin duda en su pensar livianos,
que de todo hacen burla a todas horas,
sin gravedad, de entendimiento vanos,
gentes de natural murmuradoras,
que se mofaran de Villena mismo
evocando los diablos del abismo.

Y yo, ¡pobre de mí!, sigo tu lumbre,
también, ¡oh, gloria!, en busca de renombre.
Trepar ansiando al templo de tu cumbre,
donde mi fama al universo asombre:
Quiero que, de tu rayo a la vislumbre,
brille grabado en mármoles mi nombre
y espero que mi busto adorne un día
algún salón, café o peluquería.

O el lindo tocador de alguna hermosa
coronaré en figura de botella,
lleno mi hueco vientre de olorosa
agua que pula el rostro a la doncella;
L'eau véritable de colonia y rosa
el rótulo en francés dirá a mi huella:
que de su vida al fin tanto blasón
ha logrado alcanzar Napoleón.

En tanto ablanda, ¡oh, público severo!,
y muéstrame la cara lisonjera;
esto le pido a Dios, y algún dinero,
mientras sigo en el mundo mi carrera;
y porque fatigarte más no quiero,
caro lector, al otro canto espera,
el cual sin falta seguirá; se entiende
si éste te gusta y la edición se vende.

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