21 de enero de 2008

La meditación

de José Zorrilla


Sobre ignorada tumba solitaria,
A la luz amarilla de la tarde,
Vengo a ofrecer al cielo mi plegaria
Por la mujer que amé.
Apoyada en el mármol la cabeza,
Sobre la húmeda hierba la rodilla,
La parda flor que esmalta la maleza
Humillo con mi pie.


Aquí, lejos del mundo y sus placeres,
Levanto mis delirios de la tierra,
Y leo en agrupados caracteres
Nombres que ya no son.
Y la dorada lámpara que brilla
Y al soplo oscila de la brisa errante,
Colgada ante el altar en la capilla
Alumbra mi oración.


Acaso un ave su volar detiene
Del fúnebre ciprés entre las ramas,
Que a lamentar con sus gorjeos viene
La ausencia de la luz:
Y se despide del albor del día
Desde una alta ventana de la torre,
O trepa de la cúpula sombría
A la gigante cruz.


Anegados en lágrimas los ojos
Yo la contemplo inmóvil desde el suelo
Hasta que el rechinar de los cerrojos
La hace aturdida huir.
La funeral sonrisa me saluda
Del solo ser que con los muertos vive,
Y me presta su mano áspera y ruda
Que un féretro va a abrir.


¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío,
Mi terrenal pensamiento!
¡Deja que se pierda impío
Como el murmullo de un río
Entre los pliegues del viento!


¿Por qué una imagen mundana
Viene a manchar mi oración?
Es una sombra profana,
Que tal vez será mañana
Signo de mi maldición.


¿Por qué ha soñado mi mente
Ese fantasma tan bello,
Con esa tez transparente
Sobre la tranquila frente
Y sobre el desnudo cuello?


Que en vez de aumentar su encanto
Con pompa y mundano brillo,
Se muestra anegada en llanto
Al pie de altar sacrosanto,
O al pie de pardo castillo.


Como una ofrenda olvidada
En templo que se arruinó,
Y en la piedra cincelada
Que en su caída encontró,
La mece el viento colgada.


Con su retrato en la mente,
Con su nombre en el oído,
Vengo a prosternar mi frente
Ante el Dios omnipotente,
En la mansión del olvido.


¡Mi crimen acaso ven
Con turbios ojos inciertos,
Y me abominan los muertos,
Alzando la hedionda sien
De los sepulcros abiertos!


Cuando estas tumbas visito,
No es la nada en que nací,
No es un Dios lo que medito,
Es un nombre que está escrito
con fuego dentro de mí.


¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío,
Mi terrenal pensamiento!
¡Deja que se pierda impío
Como el murmullo de un río
Entre los pliegues del viento!

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