21 de enero de 2008

La tempestad

¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan
del aire transparente por la región azul?
¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan
del cenit suspendiendo su tenebroso tul?

¿Qué instinto las arrastra? ¿Qué esencia las mantiene?
¿Con qué secreto impulso por el espacio van?
¿Qué ser velado en ellas atravesando viene
las cóncavas llanuras que sin lumbrera están?

¡Cuán rápidas se agolpan! ¡Cuán ruedan y se ensanchan,
y al firmamento trepan en lóbrego montón,
y el puro azul alegre del firmamento manchan
sus misteriosos grupos en torva confusión!

Resbalan lentamente por cima de los montes;
avanzan en silencio sobre el rugiente mar;
los huecos oscurecen de entrambos horizontes;
el orbe y las tinieblas bajo ellas va a quedar.

La luna huyó al mirarlas; huyeron las estrellas;
su claridad escasa la inmensidad sorbió;
ya reinan solamente por los espacios ellas,
doquier se ven tinieblas, mas firmamento no...

¡Señor, yo te conozco! La noche azul, serena,
me dice desde lejos: “Tu Dios se esconde allí”;
pero la noche oscura, la de nublados llena,
me dice más pujante: “Tu Dios se acerca a ti”.

Conozco, sí, tu sombra que pasa sin colores
detrás de esos nublados que bogan en tropel;
conozco en esos grupos de lóbregos vapores
los pálidos fantasmas, los sueños de Daniel.

Tu espíritu infinito resbala ante mis ojos,
aunque mi vista impura tu aparición no ve;
mi alma se estremece, y ante tu faz de hinojos
te adora en esas nubes mi solitaria fe.

José Zorrilla (1817-1893)

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