Sobre una mesa de pintado pino
melancólica luz lanza un quinqué,
y un cuarto ni lujoso ni mezquino
a su reflejo pálido se ve:
suenan las doce en el reloj vecino
y el libro cierra que anhelante lee
un hombre ya caduco, y cuenta atento
del cansado reloj el golpe lento.
Carga después sobre la diestra mano
la ya rugosa y abrumada frente,
y un pensamiento fúnebre, tirano,
fija y domina, al parecer, su mente:
borrarlo intenta en su ansiedad en vano,
vuelve a leer, y en tanto que obediente
se somete su vista a su porfía,
lanzase a otra región su fantasía.
«¡Todo es mentira y vanidad, locura!»,
con sonrisa sarcástica exclamó.
Y en la silla tomando otra postura,
de golpe el libro y con desdén cerró:
lóbrega tempestad su frente obscura
en remolinos densos anubló,
y los áridos ojos quemó luego
una sangrienta lágrima de fuego.
«¡Ay, para siempre, dijo, la ufanía
pasó ya de la hermosa juventud,
la música del alma y melodía,
los sueños de entusiasmo y de virtud...!
Pasaron, ¡ay!, las horas de alegría,
y abre su seno hambriento el ataúd,
y único porvenir, sola esperanza,
la muerte a pasos de gigante avanza.»
¿Qué es el hombre? Un misterio. ¿Qué es la vida?
¡Un misterio también…! Corren los años
su rápida carrera, y, escondida,
la vejez llega envuelta en sus engaños;
vano es llorar la juventud perdida,
vano buscar remedio a nuestros daños;
un sueño es lo presente de un momento,
¡muerte es el porvenir; lo que fue, un cuento…!
Los siglos a los siglos se atropellan;
los hombres a los hombres se suceden,
en la vejez sus cálculos se estrellan,
su pompa y glorias a la muerte ceden:
la luz que sus espíritus destellan
muere en la niebla que vencer no pueden,
¡y es la historia del hombre y su locura
una estrecha y hedionda sepultura!
¡Oh, si el hombre tal vez lograr pudiera
ser para siempre joven e inmortal,
y de la vida el sol le sonriera,
eterno de la vida el manantial!
¡Oh, cómo entonces venturoso fuera;
roto un cristal, alzarse otro cristal
de ilusiones sin fin contemplaría,
claro y eterno sol de un bello día...!
Necio, dirán, tu espíritu altanero,
¿dónde te arrastra, que insensato, quiere
en un mundo infeliz, perecedero,
vivir eterno mientras todo muere?
¿Qué hay inmortal, ni aún firme y duradero?
¿Qué hay que la edad con su rigor no altere?
¿No ves que todo es humo, y polvo, y viento?
¡Loco es tu afán, inútil tu lamento!…»
Todos más de una vez hemos pensado
como el honrado viejo en este punto;
y mucho nuestros frailes han hablado,
y Séneca y Platón sobre el asunto;
yo, por no ser prolijo ni cansado
que ya impaciente a mi lector barrunto,
diré que al cabo, de pensar rendido,
tendiose el viejo y se quedó dormido.
Tal vez será debilidad humana
irse a dormir a lo mejor del cuento,
y cortado dejar para mañana
el hilo que anudaba el pensamiento:
dicen que el sueño, del olvido mana
blando licor que calma el sentimiento;
mas, ¡ay!, que a veces fijo en una idea,
bárbaro en nuestro llanto se recrea.
Quedose en su profundo sueño, y luego
una visión… -¡Visión!, frunciendo el labio,
oigo que clama, de despecho ciego,
un crítico feroz-. Perdona, ¡oh sabio!,
sabio sublime, espérate, te ruego
y yo te juro por mi honor, ¡oh Fabio…!
sino es Fabio tu nombre, en este instante
a dártelo me obliga el consonante;
juro que escribo, para darte gusto
a ti sólo y al mundo entero enojo,
un libro en que a Aristóteles me ajusto
como se ajusta la pupila al ojo:
mis reflexiones sobre el hombre justo
que sirve a su razón, nunca a su antojo,
publicaré después para que el mundo
mejor se vuelva, ¡oh, crítico profundo!
Que yo bien sé que el mundo no adelanta
un paso más en su inmortal carrera
cuando algún escritor como yo canta
lo primero que salta en su mollera;
pero no es eso lo que más me espanta,
ni lo que acaso espantará a cualquiera:
terco escribo, en mi loco desvarío,
sin ton ni son y para gusto mío.
La zozobra del alma enamorada,
la dulce vaguedad del sentimiento,
la esperanza, de nubes rodeada,
de la memoria el dolorido acento,
los sueños de la mente arrebatada,
la fábrica del mundo y su portento,
sin regla ni compás canta mi lira:
¡sólo mi ardiente corazón me inspira!
Y a la extraña visión volviendo ahora
que al triste viejo apareció en su sueño
(que, algunas veces, cuando el alma llora,
la mente en consolarme pone empeño,
y bienes y delirios atesora
que hacen más duro, al despertar, el ceño
de la suerte fatal que en esta vida
nos persigue con alma empedernida).
Es fama que soñó… y he aquí una prueba
de que nunca el espíritu reposa,
y esto otra vez a disgregar me lleva
de la historia del viejo milagrosa;
y a nadie asombre que a afirmar me atreva
que, siendo el alma la materia odiosa,
aquí, para vivir en santa calma,
o sobra la materia o sobra el alma.
Quiere aquélla el descanso, y en el lodo
nos hunde perezosa y encenaga;
ésta presume adivinarlo todo,
y en la región del infinito vaga:
flojo, torpe, a traspiés como un beodo
que con sueños su mente el vino estraga,
la materia al espíritu obedece
hasta que, yerta al fin, cede fallece.
Llaman pensar así filosofía,
y al que piensa, filósofo y ya siento
haberme dedicado a la poesía
con tan raro y profundo entendimiento.
Yo, con erudición, ¡cuánto sabría!
mas vuelta a la visión y vuelta al cuento,
aunque ahora que un sastre es esprit fort
no hay ya visión que nos inspire horror.
Más me valiera el campo lisonjero
correr de la política, y revista
pasar con tanto sabio financiero,
diplomático, ecónomo, hacendista,
estadista, filósofo, guerrero,
orador, erudito y periodista
que honran el siglo. ¡Espléndidos varones,
dicha no, pero honor de las naciones!
Y mucho más sin duda me valiera,
que no andar por el mundo componiendo,
de niño haber seguido una carrera
de más provecho y menor estruendo:
que si no sabio, periodista fuera
que es punto menos; mas, ¡dolor tremendo!,
mis estudios dejé a los quince años,
y me entregué del mundo a los engaños.
¡Oh, padres! ¡Oh, tutores! ¡Oh, maestros,
los que educáis la juventud sencilla!
Sigan senda mejor los hijos vuestros,
donde la antorcha de la ciencias brilla:
tenderos ricos, abogados diestros,
del foro y de la bolsa maravilla,
pueden ser, y si no, sean diputados
graves, serios, rabiosos, moderados.
Y si llega a ministro el tierno infante,
llanto de gozo, ¡oh, padres!, derramad
al contemplarle demandar triunfante
a las Cortes un bill de indemnidad.
-Perdón, lector, mi pensamiento errante
flota en medio a la turbia tempestad
de locas reprensibles disgresiones-.
¡Siempre juguete fui de mis pasiones!
Por la inerte materia vaga incierta
el alma en nuestra fábrica escondida,
a otra vida durmiendo nos despierta
vida inmortal, a un punto reducida.
De la esperanza la sabrosa puerta
el espíritu abre, y, la perdida
memoria renovando, allí en un punto
cuanto fue, es y será, presenta junto.
¿Será que el alma su inmortal esencia
entre sueños revela, y , desatada
del tiempo y la medida su existencia,
la eternidad formula a la espantada
mente oscura del hombre? ¡Oh, ciencia! ¡Oh, ciencia
tan grave, tan profunda y estirada!
Vergüenza ten y permanece muda.
¿Puedes tú acaso resolver mi duda?
Duerme entretanto el venerable anciano,
mientras que yo discurro sin provecho:
figuras mil en su delirio insano
fingiendo en torno a su encantado lecho.
El sueño su invencible y grave mano
posando silencioso sobre el pecho,
formas de luz y de color sombrío
arroja el huracán del desvarío.
Y como el polvo en nubes que levanta
en remolinos rápidos el viento,
formas sin forma, en confusión que espanta,
alza el sueño en su vértigo violento:
del vano reino el límite quebranta
vago escuadrón de imágenes sin cuento,
y otros mundos al viejo aparecían,
y esto los ojos de su mente vían.
En lóbrego abismo que sombras eternas
envuelven en densa tiniebla y horror,
do reina un silencio que nunca se altera,
y ahuyenta el olvido del mundo el rumor,
con lástima y pena, mirando al anciano,
vaporosa sombra de un lejano bien,
de vagos contornos confusa figura,
cual bello cadáver, se alzó una mujer,
y oyose enseguida lánguida armonía,
música suave, y luego una voz
cantó, que el oído no la percibía,
sino que tan sólo la oyó el corazón:
«Débil mortal, no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo compasiva le ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.
Isla yo soy de reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó:
Allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo;
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.
Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer;
y duerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía,
mientras el ala sombría.
bate el olvido sobre él.
Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores
sin espinas ni color,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría:
mas es eterno mi amor.
En mí la ciencia enmudece,
en mí concluye la duda,
y árida, clara y desnuda
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano,
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.
Ven, y tu ardiente cabeza
entre mis brazos reposa;
tu sueño, madre amorosa,
eterno regalaré:
ven, y yace para siempre
en blanda cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.
Dejad que inquieten al hombre,
que loco al mundo se lanza,
mentiras de la esperanza.
Recuerdos del bien que huyó:
mentira son sus amores,
mentira son sus victorias,
y son mentira sus glorias,
y mentira su ilusión.
Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blando sueño
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor:
yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.»
¿Visteis la luna reflejar serena
entre las aguas de la mar sombría,
cuando se calma nuestra amarga pena,
y siente el corazón melancolía?
¿Y el mar que allá a lo lejos se dilata,
imagen de la oscura eternidad,
y el horizonte azul bañado en plata,
rico dosel que desvanece el mar?
¿Y del aura sutil que se desliza
por las aguas, oísteis el murmullo,
cuando las olas argentadas riza
con blanda queja y con doliente arrullo?
¿Y sentisteis tal vez un tierno encanto,
una voz que regala el corazón,
dulce, inefable y misterioso canto
de vago afán e incomprensible amor?
Blanda así la quimérica armonía
sonó del melancólico cantar;
vibraciones del alma y melodía
de un corazón que fatigó el pesar.
Y la amorosa y pálida figura
dos amarillos brazos extendió,
y sus lánguidos ojos de dulzura
al triste viejo con piedad volvió.
Ojos sin luz que su mirada hiela,
intima, intensa el corazón domina
en densas sombras los sentidos vela,
en mudo pasmo la razón fascina.
Coagularse su sangre el viejo siente
poco a poco en sus venas con sabroso
desmayo, y que se trueca su impaciente
afán en un letargo vaporoso.
Entorpece sus miembros y embriaga
su mente aquella mágica figura,
la breve luz de su existencia apaga
con su mirada de fatal ternura.
Sus labios besa con mortal anhelo
cariñosa la pálida visión,
y a la entrañas se desprende el hielo
de sus áridos labios sin color.
Sus ojos fijos en los muertos ojos
desvanecidos de mirar sentía,
los rayos de su luz yertos despojos
que la mirada mágica absorbía.
Por su cuerpo un deleite serpeaba,
sus nervios suavemente entumeciendo,
y el espíritu dentro resbalaba,
grato sopor y languidez sintiendo.
Ya su delgada, amarillenta mano,
sobre su pecho, a reposarla extiende,
y exánime mirándola el anciano,
yerto e inmóvil su destino atiende.
Así al viajero fatigado, cuando
el sueño los sentidos entorpece,
las fuerzas poco a poco van faltando,
y el cuerpo perezoso desfallece.
Y perdido en la áspera montaña,
sobre la nieve desplomado cae,
su juicio se devana y enmaraña,
gratas visiones su desmayo trae.
Y lenta y muellemente adormecida
la máquina mortal, lánguidamente
bostezar torpe la ondulante vida
entre los brazos de la muerte siente.
¿Será que, consumida por los años,
siente placer la vida fatigada.
en dejar de este mundo los engaños,
el término al tocar de su jornada?
¿La trabazón de la materia inerte
desatada, disuelto el cuerpo expira,
y el espíritu, cercana ya la muerte,
por la perdida libertad suspira?
Rendido en tanto el moribundo anciano,
con deleite la eterna paz espera;
su mano estrecha la aterida mano
que marca el fin de su vital carrera,
cuando a otra parte con estruendo el suelo
crujir y el muro de su estancia siente,
y ven sus ojos un inmenso cielo
desarrollarse en luz de oro candente.
Rico manto de lumbre y pedrería,
tachonado de soles a millares,
olas de aljofarada argentería
meciendo el aire en esparcidos mares.
Y un sol con otro sol que se eslabona
en torno a una deidad orlan su frente,
y los rayos de luz de su corona
en un velo la envuelven transparente.
Majestuosa, diáfana y radiante
su hermosura, en su lumbre se confunde,
agitada columna coruscante,
júbilo y vida por doquier difunde.
Eterno amor, inmarcesibles glorias,
armas, coronas de oro y de laurel,
triunfos, placeres, esplendor, victorias,
ilusiones, riquezas y poder.
Eterna vida, eterno movimiento,
los sueños de la dulce poesía,
el sonoro y quimérico concento
de la rica extasiada fantasía.
El eco blando del primer suspiro,
la dulce queja del primer amor,
la primera esperanza y el respiro,
que pura exhala la aromosa flor,
la faz hermosa de la noche en calma
y el son del melancólico laúd,
los devaneos plácidos del alma,
el sosiego y la paz de la virtud,
la santa dicha del hogar paterno,
del amigo la plática sabrosa,
del blando sueño en el regazo tierno
de la feliz, enamorada esposa,
el puro beso del alegre niño
que en torno de sus padres juguetea,
prenda de amor, emblema del cariño
en que el alma gozosa se recrea;
la fe, la religión, bálsamo suave
que vierte en el espíritu consuelo,
y de las ciencias el estudio grave
que alza la mente a la región del cielo;
la máquina del mundo y su hermosura,
que arrobado el espíritu contempla;
la augusta soledad que la amargura
tal vez del alma combatida templa;
de la pasión el goce turbulento,
siguiendo atropellado a la esperanza,
ligero tamo que arrebata el viento
y despeñado a su ilusión se lanza,
el aplauso del mundo y la tormenta,
y el afán y el horrísono vaivén,
el noble orgullo y la ambición sangrienta
del nombre avara y de esplendente prez;
del tronante cañón el estampido,
el lujo y el furor de la batalla,
del corazón el bélico latido,
que hace que hierva la abrasante malla;
el oro que famélico codicia
el hombre, y en montones lo atesora;
alimento infernal de la avaricia,
que hambre más siente cuanto más devora;
la crápula, el escándalo y mareo
de en vicios rica, estrepitosa orgía;
el pudor resistiéndose al deseo,
y mezclándose el vino en la porfía;
la sangre danza en movimiento blando,
que orna voluptuosa liviandad,
al goce, al apetito convidando
con sus mórbidas formas la beldad.
Cuanto fingió e imaginó la mente,
cuanto del hombre la ilusión alcanza,
cuanto creara la ansiedad demente,
cuanto acaricia en sueños la esperanza,
la radiante visión maravillosa
brinda con mano pródiga en montón,
y en óptica ilusoria y prodigiosa
pasar el viejo ante sus ojos vio.
Y entre aplausos, y músicas, y estruendo,
y de ella en pos la Humanidad entera,
y en torno de ella armónica volviendo
el giro eterno la argentada esfera;
suenan voces y cánticos sonoros
que el aire en ecos derramados hienden,
y ángeles mil en matizados coros
el aire rasgan y en fulgor lo encienden.
Y una voz como ráfaga de viento,
palpitando de vida y de armonía
sobre el vario, magnífico concento,
así cantando resonar se oía:
«Salve, llama creadora del mundo,
lengua ardiente de eterno saber;
puro germen, principio fecundo
que encadenas la muerte a tus pies.
Tú la inerte materia espoleas,
tú la ordenas juntarse y vivir
tú su lodo modelas y creas
miles seres de formas sin fin.
Desbarata tus obras en vano
vencedora la muerte tal vez,
de sus restos levanta tu mano
nuevas obras triunfante otra vez.
Tú la hoguera del sol alimentas,
tú revistes los cielos de azul,
tú la luna en las sombras argentas,
tú coronas la aurora de luz.
Gratos ecos el bosque sombrío
verde pompa a los árboles das,
melancólica música al río,
ronco grito a las olas del mar.
Tú el aroma en las flores exhalas,
en los valles suspiras de amor,
tú murmuras del aura en las alas,
en el Bóreas retumba tu voz.
Tú derramas el oro en la tierra
en arroyos de hirviente metal,
tú abrillantas la perla que encierra
en su abismo profundo la mar.
Tú las cárdenas nubes extiendes,
negro manto que agita Aquilón,
con tu aliento los aires enciendes,
tus rugidos infunden pavor.
Tú eres pura simiente de vida,
manantial sempiterno de bien,
luz del mismo Hacedor desprendida,
juventud y hermosura es tu ser.
Tú eres fuerza secreta que el mundo
en sus ejes impulsa a rodar,
sentimiento armonioso y profundo
de los orbes que anima tu faz.
De tus obras los siglos que vuelan
incansables artífices son,
del espíritu ardiente cincelan
y embellecen la estrecha prisión.
Tú en violento, veloz torbellino
los empujas enérgica, y van:
y adelante en tu raudo camino
a otros siglos ordenas llegar.
Y otros siglos ansiosos se lanzan,
desparecen y llegan sin fin,
y en su eterno trabajo se alcanzan,
y se arrancan sin tregua el buril.
Y afanosos sus fuerzas emplean
en tu inmenso taller sin cesar,
y en la tosca materia golpean,
y redobla el trabajo su afán.
De la vida en el hondo océano
flota el hombre en perpetuo vaivén,
y derrama abundante tu mano
la creadora semilla en su ser.
Hombre débil, levanta la frente,
por tu labio en su eterno raudal,
tú serás como el sol en Oriente,
tú serás como el mundo inmortal.»
Calló la voz, y el armonioso coro
y el estruendo y la música siguió,
y repitiendo el cántico sonoro,
turbas inmensas pasan en montón.
Sus alas lanzan luminosa estela,
como la nave en la serena mar,
y entre su viva luz la luz riela
más pura de la imagen inmortal.
Cruzando va cual fulgurante tromba
su cortejo magnífico en redor,
y el viento rompe cual lanzada bomba
sobre otros soles desprendido sol.
Atónito la faz alza el anciano,
como el que vuelve en sí en el ataúd,
con ansia, angustia y con delirio insano,
aire buscando y anhelando luz.
Que en el regazo del no ser dormido,
el alto estruendo en su estupor sintió,
el intrépido canto hirió su oído,
y súbito sus nervios sacudió.
Y el yerto brazo de la sombra fría
que vierte al corazón hielo mortal,
aparta con afán en su agonía,
volar ansiando a la gentil deidad.
Y entrambos brazos con anhelo tiende,
atento el canto animador escucha,
de la visión de muerte se desprende,
y por moverse y levantarse lucha.
Los ojos abre al resplandor inciertos,
la luz buscando que su luz excita,
sienten grato calor sus miembros muertos,
con nuevo ardor su corazón palpita.
La sangre hierve en las hinchadas venas,
siente volver los juveniles bríos,
y ahuyentan de su frente albas serenas
los pensamientos de la edad sombríos.
Y desprendidas ráfagas de lumbre
su cuerpo bañan y su sien circundan;
torrentes mil de la argentada cumbre,
vertiendo vida, en su esplendor le inundan.
Y bajando la diosa encantadora,
mecida en olas de encendido viento,
en torno de él la tropa voladora
esparce juventud y movimiento.
Y su rostro se pinta de hermosura,
viste su corazón la fortaleza,
brilla en su frente juvenil tersura,
negros rizos coronan su cabeza.
El alma en su mirar se transparenta,
mirar sereno, vívido y ardiente,
y su robusta máquina alimenta
la eterna llama que en el pecho siente.
Contra su seno la deidad le abraza,
y en su velo le envuelve y le ilumina,
y a su ruina y su destino enlaza.
El destino del mundo y su ruina.
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«Tú los siglos hollarás,
sonó la voz de la altura,
pasar los hombres verás,
del mundo la edad futura
como el mundo correrás.
El sol que hoy nace en Oriente
y que ilumina tu frente,
pasarán edades cien,
y cual hoy resplandeciente
la iluminará también.
El crudo invierno sombrío,
del pintado abril las flores,
las galas del bosque umbrío,
los rigurosos calores
de los meses del estío.
Pasarán, y contarás
hora a hora y mes a mes,
y un año y otro verás,
y un siglo y otro después,
sin que se acabe jamás;
y eternamente bogando,
y navegando continuo,
sin hallar descanso, andando
irás siempre, caminando,
sin acabar tu camino.
Y los siglos girarán
en perpetuo movimiento,
las naciones morirán,
y se escuchará tu acento
en los siglos que vendrán.
Pero si acaso algún día
lloras tal vez tu orfandad,
y al cielo clamas piedad,
y en lastimosa agonía
maldices tu eternidad,
acuérdate que tú fuiste
el que fijó tu destino,
que ser inmortal pediste,
y arrojarte al torbellino
de las edades quisiste.
Y que el mundo te dará
cuanto el mundo en sí contiene,
que tuyo el mundo será,
y ya para ti previene
cuanto ha tenido y tendrá.»
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En tanto el luciente coro
repitió luego el cantar,
y remontándose al cielo,
la luz plegándose va
entre nubes de oro y nácar
que esconden a la deidad,
y las voces en los aires
perdidas se escuchan ya.
Allá en lejana armonía
como un eco resonar:
«Y que el mundo te dará
cuanto el mundo en sí contiene,
que tuyo el mundo será,
y ya para ti previene
cuanto ha tenido y tendrá.»
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Dicha es soñar cuando despierto sueña
el corazón del hombre su esperanza,
su mente halaga la ilusión risueña,
y el bien presente al venidero alcanza.
Y tras la aérea y luminosa enseña
del entusiasmo el ánimo se lanza
bajo un cielo de luz y de colores,
campos pintando de fragantes flores.
Dicha es soñar, porque la vida es sueño,
lo que fingió tal vez la fantasía,
cuando, embriagada en lánguido beleño,
a las regiones del placer nos guía.
Dicha es soñar, y el rigoroso ceño
no ver jamás de la verdad impía.
Dicha es soñar y en el mundano ruido
vivir soñando y existir dormido.
Y un sueño a la verdad pasa la vida,
sueño al principio de dorada lumbre,
senda de flores mil, fácil subida
que a un monte lleva de lozana cumbre;
después, vereda áspera y torcida,
monte de insuperable pesadumbre,
donde, cansada de una en otra breña,
llora la vida y lo pasado sueña.
Sueños son los deleites, los amores,
la juventud, la gloria y la hermosura;
sueños las dichas son, sueños las flores,
la esperanza, el dolor, la desventura;
triunfos, caídas, bienes y rigores
el sueño son que hasta la muerte dura,
y en incierto y continuo movimiento
agita al ambicioso pensamiento.
Siento no sea nuevo lo que digo,
que el tema es viejo y la palabra rancia,
y es trillado sendero el que ahora sigo,
y caminar por él ya es arrogancia.
En la mente, lector, se abre un postigo,
sale una idea y el licor escancia
que brota el labio y que la pluma vierte,
y en palabras y frases se convierte.
Nihil novum sub sole, dijo el sabio:
Nada hay nuevo en el mundo; harto lo siento,
que, como dicen vulgarmente, rabio
yo por probar un nuevo sentimiento.
Palabras nuevas pronunciar mi labio.
renovado sentir mi pensamiento,
ansío, y girando en dulce desvarío,
ver nuevo siempre el mundo en torno mío.
Uniforme, monótono y cansado
es sin duda este mundo en que vivimos;
en Oriente de rayos coronado,
el sol que vemos hoy, ayer le vimos;
de flores vuelve a engalanarse el prado,
vuelve el Otoño pródigo en racimos,
y tras los hielos del Invierno frío,
coronado de espigas el Estío.
¿Y no habré yo de repetirme a veces,
decir también lo que otros ya dijeron,
a mí, a quien quedan ya sólo las heces
del rico manantial en que bebieron?
¿Qué habré yo de decir que ya con creces
no hayan dicho tal vez los que murieron:
Byron y Calderón, Shakespeare, Cervantes
y tantos otros que vivieron antes?
¿Y aun asimismo acertaré a decirlo?
¿Saldré de tanto enredo en que me he puesto?
Ya que en mi cuento entré, ¿podré seguirlo
y el término tocar que me he propuesto?
Y aunque en mi empeño logre concluirlo,
¿a ti no te será nunca molesto,
¡oh, caro comprador!, que con zozobra
imploro en mi favor, comprara mi obra?
Nada menos te ofrezco que un poema
con lances raros y revuelto asunto,
de nuestro mundo y sociedad emblema,
que hemos de recorrer punto por punto:
Si logro yo desenvolver mi tema,
fiel traslado ha de ser, cierto trasunto
de la vida del hombre y la quimera
tras de que va la Humanidad entera.
Batallas, tempestades, amoríos
por mar y tierra, lances, descripciones
de campos y ciudades, desafíos,
y el desastre y furor de las pasiones,
goces, dichas, aciertos, desvaríos,
con algunas morales reflexiones
acerca de la vida y de la muerte,
de mi propia cosecha que es mi fuerte.
En varias formas, con diverso estilo,
en diferentes géneros, calzando
ora el coturno trágico de Esquilo,
ora la trompa épica sonando,
ora cantando plácido y tranquilo
ora en trivial lenguaje, ora burlando,
conforme esté mi humor, porque a él me ajusto
y allá van versos donde va mi gusto.
Verás, lector, a nuestro humilde anciano,
que inmortal de su lecho se levanta,
lanzarse al mundo de su dicha ufano,
rico de la esperanza que le encanta.
Verás luego también...; pero ¿a qué en vano
me canso en ofrecerte empresa tanta,
si hasta que el uno al otro nos cansemos
tú y yo en compañía caminando iremos?
Más vale prometerte poco ahora
y algo después cumplirte, lector mío,
no empiece yo con voz atronadora
y luego acabe desmayado y frío;
no una altiva columna vencedora,
que jamás rinda con su planta, impío
el tiempo destructor, alzar intento;
yo con pasar mi tiempo me contento.
No es dado a todos alcanzar la gloria
de alzar un monumento suntuoso
que eternice a los siglos la memoria
de algún hecho pasado grandioso:
Quédele tanto al que escribió la historia
de nuestro pueblo, al escritor lujoso,
al conde que del público tesoro
se alzó a sí mismo un monumento de oro.
Al que supo, erigiendo un monumento
(que tal le llama en su modestia suma),
premio dar a su gran merecimiento
y en pluma de oro convertir su pluma,
al ilustre asturiano, al gran talento,
flor de la historia y de la hacienda espuma,
al necio audaz de corazón de cieno
a quien llaman el Conde de Toreno.
¡Oh, gloria! ¡Oh, gloria! ¡Lisonjero engaño,
que a tanta gente honrada precipitas!
Tú al mercader pacífico en extraño
guerrero truecas y a lidiar lo excitas;
su rostro vuelves bigotudo, huraño;
con entusiasmo militar le agitas,
y haces que sea su mirada horrenda
susto de su familia y de su tienda.
Tú, al que otros tiempos acertaba apenas
a escribir con fatigas una carta,
animas a dictar páginas llenas
de verso y prosa en abundante sarta;
político profundo en sus faenas,
folletos traza, artículos ensarta,
suda y trabaja, y en marchar se emplea
resmas para envolver alcaravea.
Otros, ¡oh gloria!, sin aliento vagan
solícitos huyendo acá y allá,
suponen clubs y con recelo indagan
cuándo el Gobierno a aprisionarlos va:
A estos, si los destierran, los halagan;
nadie en ellos pensó ni pensará,
y andan ocultos y mudando trajes,
creyéndose terribles personajes.
Estos, por lo común, son buena gente,
son a los que llamamos infelices,
hombres todo entusiasmo y poca mente,
que no ven más allá de sus narices;
raza que el pecho denodado siente
antes que, ¡oh fiero mandarín!, atices
uno de tus legales ramalazos,
que les dobla ante el rey los espinazos.
Otros te siguen, engañosa gloria,
que allá en sus pueblos son pozos de ciencia
que, creyéndose dignos de la historia,
varones de gobierno y experiencia,
ansiosos de alcanzar alta memoria
y abusos corregir con su elocuencia,
Diputados al fin se hacen nombrar,
tontos de buena fe para callar.
Éstos viven después desesperados,
del ministro además desatendidos,
en el mundo político ignorados
y del pueblo también desconocidos;
andan en la cuestión extraviados,
siempre sin tino, torpes los sentidos,
dando a saber con pruebas tan acerbas
que pierden fuerzas en mudando yerbas.
A todos, gloria, tu pendón nos guía,
y a todos nos excita tu deseo:
apellidarse socio, ¿quién no ansía
y en las listas estar del Ateneo?
¿Y quién, aficionado a la poesía,
no asiste a las reuniones del Liceo,
do la luz brilla dividida en partes
de tanto profesor de Bellas Artes?
Es cierto que allí van también profanos
en busca de las lindas profesoras,
hombres sin duda en su pensar livianos,
que de todo hacen burla a todas horas,
sin gravedad, de entendimiento vanos,
gentes de natural murmuradoras,
que se mofaran de Villena mismo
evocando los diablos del abismo.
Y yo, ¡pobre de mí!, sigo tu lumbre,
también, ¡oh, gloria!, en busca de renombre.
Trepar ansiando al templo de tu cumbre,
donde mi fama al universo asombre:
Quiero que, de tu rayo a la vislumbre,
brille grabado en mármoles mi nombre
y espero que mi busto adorne un día
algún salón, café o peluquería.
O el lindo tocador de alguna hermosa
coronaré en figura de botella,
lleno mi hueco vientre de olorosa
agua que pula el rostro a la doncella;
L'eau véritable de colonia y rosa
el rótulo en francés dirá a mi huella:
que de su vida al fin tanto blasón
ha logrado alcanzar Napoleón.
En tanto ablanda, ¡oh, público severo!,
y muéstrame la cara lisonjera;
esto le pido a Dios, y algún dinero,
mientras sigo en el mundo mi carrera;
y porque fatigarte más no quiero,
caro lector, al otro canto espera,
el cual sin falta seguirá; se entiende
si éste te gusta y la edición se vende.
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La cigüeña cambia de nido.
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