El beso
Levantan en medio de patio espacioso
cadalso enlutado que causa pavor:
un Cristo, dos velas, un tajo asqueroso
encima, y con ellos el ejecutor.
En torno al cadalso se ven los soldados
que fieros empuñan terrible arcabuz,
al par del verdugo, mirando asombrados
al bulto vestido del negro capuz.
—¿Qué tiemblas, muchacho, cobarde alimaña?
Bien puedes marcharte, y presto, a mi fe.
Te faltan las fuerzas, si sobra la saña.
Por Cristo bendito, que ya lo pensé.
—Diez doblas pediste, sayón mercenario;
diez doblas cabales al punto te di.
¿Pretendes ahora negarme, falsario,
la gracia que en cambio tan sólo pedí?
—Rapaz, no por cierto; creí que temblabas.
Bien presto al que odias verásle morir.
Y en esto cerrojos se escuchan y aldabas,
y puertas cerradas se sienten abrir.
Salió el comunero gallardo, contrito,
oyendo al buen fraile que hablándole va.
Enfrente el cadalso miró de hito en hito;
mas no de turbarse señales dará.
mas no de turbarse señales dará.
Encima subido, de hinojos postrado,
el mártir por todos oró con fervor.
Después sobre el tajo grosero inclinado,
«El golpe de muerte», clamó con valor.
Alzada en el aire su fiera cuchilla,
volviéndose un tanto con ira el sayón,
al triste que en vano lidió por Castilla
prepara en la muerte cruel galardón.
Mas antes que el golpe descargue tremendo,
veloz cual pelota que lanza arcabuz,
se arroja al cautivo «¡García!» diciendo,
el bulto vestido de negro capuz.
«¡Mi Blanca!», responde, y un beso, el postrero,
se dan, y en el punto la espada cayó.
Terror invencible sintió el sayón fiero
cuando ambas cabezas cortadas miró.
Patricio de la ESCOSURA
La cigüeña cambia de nido.
Hace 15 años
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