Cautivo mísero
gimo humillado.
Ni aun tristes súplicas
puedo exhalar.
Un amo rígido
por cualquier culpa
mi sangre y lágrimas
hace brotar.
¡Maldición sobre el fiero homicida
que el primero humilló a sus iguales!
¡Maldición sobre aquellos mortales
que cual dioses pretenden mandar!
¿Quién al hombre le ha dado derecho
de vender y comprar a los hombres,
y, entregando al oprobio sus nombres,
con la infamia su frente sellar?
Amo injusto, mi espalda desnuda
tú con vara de hierro golpeas
y en mi amarga aflicción te recreas,
desoyendo mi trémula voz.
¿Corre acaso otra sangre en mis venas?
¿Soy de especie distinta y natura?
¡Es la imagen de Dios, es su hechura
la que ultrajas!, ¡oh dueño feroz!
[...]
Ved al hombre que libre se llama
cómo eleva a los cielos la frente;
cómo el digno entusiasmo que siente
se refleja en su voz varonil.
Al mirarle de cólera ardiendo
y entre envidia luchando y enojos,
me parece que insultan sus ojos
a mi estado abatido y servil.
Oigo al punto una voz que me grita:
«Eres hombre, eres libre, eres fuerte,
y a quien nunca temor dio la muerte,
nunca, nunca en cadenas gimió.
No hay ninguno que deba oprimirnos
aunque ocupe el dosel de los reyes.
Para hacernos esclavos no hay leyes;
libres Dios a los hombres creó».
Fuego volcánico
mi pecho inflama;
ya no soy tímido,
soy un león.
Dueño tiránico,
libertad dame,
o rompo, ¡oh pérfido!,
tu corazón.
Fernando Corradi
La cigüeña cambia de nido.
Hace 15 años
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